La dormición de la Theotokos




LA MADRE DE DIOS – LA TODA SANTA

La dormición de la Theotokos


Reflexiones mariológicas sobre vida, muerte y resurrección


por Su Santidad Bartolomé I  Patriarca ecuménico de Constantinopla


En el 60 aniversario de la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen María a la gloria del Paraíso en cuerpo y alma (1 de noviembre de 1950), le hemos pedido un comentario a Bartolomé I, patriarca ecuménico de Constantinopla.
    
  El escrito que nos ha enviado es ocasión de gratitud por la fe que juntos profesamos y de súplica al Señor para que nos done la plena comunión


La Iglesia ortodoxa venera intensamente a la Madre de Dios –esto es Theotokos (la Madre de Dios), o Panaghia (la Toda Santa), como preferimos nosotros referirnos a ella– exaltándola no como una piadosa excepción, sino justamente como un ejemplo concreto del modo cristiano de entregarse y responder a la vocación de ser discípulos de Cristo. María es extraordinaria solo en su virtud ordinariamente humana, que estamos llamados a respetar e imitar como devotos cristianos. Se conmemora su muerte el 15 de agosto, una de las doce Grandes fiestas del calendario ortodoxo. 
      

A la hora de comprender la “sagrada alianza” o misterio de María, al que «nadie puede acercarse con manos inexpertas», la teología ortodoxa mira a la Escritura pero sobre todo a la Tradición, especialmente a la liturgia y a la iconografía. Al respecto, los cristianos ortodoxos vinculan a María ante todo a su papel en la divina encarnación como Madre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, mientras que al mismo tiempo la vinculan a una larga serie de seres humanos –y no divinos– que implica la continuidad de la historia sagrada llevando hasta el nacimiento del Hijo de Dios, Jesús de Nazaret, hace dos mil años. Aislar a María de este linaje preparatorio o “económico” la separa de nuestra realidad y la pone al margen respecto a nuestra salvación. También María necesita la salvación –como todos los seres humanos; aunque ha sido considerada “sin pecados personales”, sin embargo, permanece sometida a la esclavitud del pecado original. Aun siendo ella «más venerable que los querubines, e incomparablemente más gloriosa que los serafines», lo que vale para nosotros vale también para María. Aunque ha sido «bendita entre todas las mujeres», encarna la única cosa necesaria entre todos los seres humanos, esto es: entregarse a la Palabra de Dios y abandonarse a su voluntad. 

 Así, cuando los cristianos ortodoxos están en la iglesia y miran para arriba hacia el Pantokrator («aquel que lo contiene todo»), es decir, Cristo, que domina sus cabezas durante todo el culto, se encuentran directamente frente a la Platytera («aquella que es más espaciosa que todo»), es decir, la Madre de Dios, que está inmediatamente frente a ellos, justamente en el amplio ábside que une el altar con el cielo. Desde el momento que, al dar nacimiento a Dios Verbo y «concibiendo al inconcebible» en su seno, ella fue capaz de contener al incontenible y de hacer describible a aquel que no puede ser circunscrito. 

Sabemos por la Escritura que cuando Nuestro Señor estaba clavado en la cruz, vio a su madre y a su discípulo Juan y se volvió hacia la Virgen María diciendo: «Mujer, ahí tienes a tu hijo», y hacia Juan diciendo: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 25-27). Desde aquel momento, el apóstol y evangelista del Amor cuidó de la Theotokos en su casa. Además de la referencia de los Hechos de los Apóstoles (Hch 2, 14), que confirma que la Virgen María estaba con los apóstoles del Señor en la fiesta de Pentecostés, la Tradición de la Iglesia sostiene que la Theotokos se quedó en la casa de Juan en Jerusalén, donde continuó su ministerio con palabras y obras. 

      La tradición iconográfica y litúrgica de la Iglesia también profesa que en el momento de su muerte, los discípulos estaban esparcidos por el mundo anunciando el Evangelio, pero volvieron a Jerusalén para rendir honor a la Theotokos. A excepción de Tomás, todos los demás –incluido el apóstol Pablo– estuvieron entorno a su lecho de muerte. Cuando murió, Jesucristo bajó para llevar su alma al cielo. Después de su muerte, el cuerpo de la Theotokos fue llevado en procesión hasta una tumba cerca del Jardín del Getsemaní; cuando tres días después llegó el apóstol Tomás y quiso ver su cuerpo, la tumba estaba vacía. La asunción corpórea de la Theotokos fue confirmada por el mensaje del ángel y por su aparición a los apóstoles, todas estas cosas reflejan los acontecimientos relativos a la muerte, sepultura y resurrección de Cristo. 

      El icono y la liturgia de la fiesta de la muerte y sepultura de María trazan claramente un servicio fúnebre, subrayando al mismo tiempo las enseñanzas fundamentales respecto a la resurrección del cuerpo de María. La muerte de María es como una fiesta que afirma nuestra fe y esperanza en la vida eterna. Los cristianos ortodoxos se refieren a este acontecimiento festivo come a la “Dormición” (Koimisis, o “el dormirse”) de la Theotokos, más que a su “Asunción” (o “traslación” física) al cielo. Porque subrayar que María es humana, que murió y fue enterrada como los demás seres humanos, nos da la seguridad de que –aunque «ni el sepulcro ni la muerte pudieron retener a la Theotokos, nuestra inquebrantable esperanza y siempre vigilante protección» (del kontakion del día)– María está en realidad mucho más cerca de nosotros de lo que pensamos; no nos ha abandonado. Como subraya el apolytikion para la Fiesta: «En el parto conservaste la virginidad y en la Dormición no descuidaste al mundo, oh Madre de Dios; porque te trasladaste a la vida por ser la madre de la vida. Por tus intercesiones, salva de la muerte nuestras almas». 

      Para los cristianos ortodoxos, María no es solo la que fue “elegida”. Ella simboliza sobre todo la opción que cada uno de nosotros ha de tomar como respuesta a la divina iniciativa por la encarnación (es decir, por el nacimiento de Cristo en nuestros corazones) y por la transformación (es decir, por la conversión de nuestros corazones del mal al bien). Como dijo san Simeón el Nuevo Teólogo en el siglo X, estamos todos invitados a convertirnos en Christotokoi (generadores de Cristo) y Theotokoi (generadores de Dios).



   
    
      Que mediante sus intercesiones podamos todos ser como María la Theotokos.






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