El Card. Ouellet explica su difícil misión: encontrar obispos dignos para la Iglesia
por La Buhardilla de Jerónimo
Presentamos nuestra traducción de esta interesante entrevista que el periódico Avvenire ha realizado al Cardenal Marc Ouellet, Prefecto de la Congregación para los Obispos desde hace poco más de un año, en la cual el purpurado explica detalladamente la difícil misión que se le ha encomendado: ayudar al Santo Padre en el nombramiento de obispos en gran parte de la Iglesia Católica.
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El Cardenal Marc Ouellet ha pasado ya su primer año como prefecto de la Congregación para los Obispos. Una tarea de gran importancia y delicadeza que le ha confiado Benedicto XVI. Porque es él quien guía el dicasterio que colabora más de cerca con el Papa en la elección de la mayoría de los obispos de la Iglesia Católica, en la práctica casi todos los de Europa y América, así como los de Australia y Filipinas. El purpurado canadiense, teólogo refinado, alumno de Hans Urs Von Baltasar, políglota, con un pasado de actividad académica y pastoral en su patria, en Colombia y en Roma (donde ha tenido también una breve experiencia curial), ha aceptado hacer con Avvenire un primer balance, obviamente provisional, en este nuevo “oficio”.
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Eminencia, ¿cómo ha sido pasar de ser Arzobispo de Québec a este cargo?
La transición ha sido difícil, sobre todo en los primeros meses. Me faltaba el contacto humano y afectivo con la gente que es constitutivo de la misión de un obispo diocesano.
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Sin embargo, usted ya había estado en la Curia como secretario del Pontificio Consejo para la Unidad de los Cristianos…
Sí, pero cuando fui a Québec para mí se trataba de un traslado definitivo… Me sumergí en aquella realidad. No pensaba volver. El Santo Padre decidió llamarme aquí y he venido con alegría. Sin embargo, la transición ha sido subjetivamente difícil.
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¿Es tan difícil el “oficio” de prefecto de la Congregación para los Obispos?
No es poca cosa. Es necesario escuchar mucho. Es necesario conocer bien las muchas Iglesias locales en los diversos continentes. Es necesario estudiar muchos expedientes. Y, no habiendo tenido experiencias previas en el dicasterio, a veces podían surgir algunas inseguridades en la praxis a seguir en las diversas situaciones. Gracias a Dios he podido consultar y apoyarme en la experiencia de quienes trabajaban aquí desde hace tiempo. De todos modos, ahora me siento seguro en la comprensión de los mecanismos y, por lo tanto, en el gobierno de la Congregación.
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Imagino que los encuentros regulares con el Papa, por lo general todos los sábados, lo han ayudado…
Esta posibilidad de reunirme con él frecuentemente ha sido para mí lo más positivo, en el sentido de confirmarme, de acoger lo que le iba proponiendo, después de todos los mecanismos de consulta y la escucha de las opiniones de los diversos miembros de la Congregación durante las reuniones de los jueves. En pocas palabras, este primer año ha sido una escuela. Un poco dura y muy exigente.
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¿Es difícil encontrar un obispo para la Iglesia Católica?
La Iglesia tiene una praxis consolidada de consulta para los nombramientos de los obispos. Para tomar esta decisión se escuchan los pareceres de una lista de personas que pueden variar de situación a situación, pero que generalmente comprende una red bastante precisa de figuras para ser escuchadas, junto a otras. Esta investigación ofrece bastantes elementos para descartar a algunos candidatos y aceptar y proponer a otros. En algunos casos se necesita esperar y llevar a cabo investigaciones adicionales. En su conjunto se trata de un proceso serio, normalmente bien hecho. A veces, sin embargo, no todo llega a buen puerto.
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¿En qué sentido?
Puede ocurrir que el candidato seleccionado no acepte.
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¿Cuántas veces ha sucedido este año?
Ha ocurrido un poco más de lo que me podía imaginar.
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¿Por qué, en su opinión?
En estos últimos años el rol del obispo y de las autoridades en general, religiosas y políticas, no ha resultado sencillo. También en consecuencia de los escándalos, de las campañas periodísticas y de las denuncias concernientes a la cuestión de los abusos sexuales sobre menores perpetrados por sacerdotes y religiosos. Se comprende que no todos se sientan capaces de afrontar estas situaciones. De todos modos, si alguno tiene razones también personales para no aceptar, esta decisión es respetada.
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¿Le ha sucedido cruzarse con casos de carrerismo eclesiástico?
Sucede que se ven sacerdotes que esperan ser promovidos. Puede ocurrir también que hay movimientos y presiones para sugerir e insistir por esta promoción. Por eso es muy importante valorar no sólo la madurez humana y afectiva, sino también la madurez espiritual de los candidatos al episcopado. Un obispo, de hecho, debe saber para Quién trabaja, es decir, para el Señor y para la Iglesia. Y no para sí mismo. Cuando esto ocurre se percibe por el modo en que la personalidad se manifiesta. En aquel que busca hacer carrera es el propio interés lo que domina o tiende a dominar.
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Pero todos podemos sufrir la tentación de la ambición…
En efecto, agrada ser apreciados o promovidos. Y esto es legítimo. Pero ser obispo de una diócesis – sea pequeña, mediana o grande, esto no importa, en todos se sirve igualmente al Señor y a Su Iglesia – es otra cosa. Todas las mañanas, cada obispo debe recomenzar preguntándose a sí mismo: ¿para Quién trabajo? ¿A Quién he entregado mi vida? Y debe permanecer auto-crítico hacia sus motivaciones, deseos y ambiciones personales.
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En el procedimiento para la elección de los obispos, ¿hay algo por perfeccionar?
Actualmente, también en la estela del Vaticano II que ha desarrollado el sentido de la colegialidad episcopal, para la elección de nuevos sucesores de los apóstoles son consultados aquellos que ya son obispos y otros eclesiásticos y laicos de juicio seguro y de reconocido sensus Ecclesiae. El fin del mecanismo que lleva a la elección de un obispo es verificar la idoneidad de un eclesiástico para esta misión. Pero las reglas no son absolutas. Puede ocurrir que el Papa, conociendo muy bien una personalidad y una situación, pueda tener claro cómo se debe satisfacer la provisión de una diócesis. En este caso las consultas son menos necesarias. Pero fuera de este caso específico, se trata de respetar las reglas y los procedimientos vigentes que, de por sí, me parecen válidos.
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Algunos años atrás, un predecesor suyo, el difunto cardenal Bernandin Gantin, auspició, también como antídoto contra el carrerismo, el retorno a la vieja disciplina de la Iglesia que impedía el traslado desde una diócesis a otra. ¿Qué piensa al respecto?
Siento que no tengo todavía experiencia suficiente para responder ahora esta pregunta. Puedo agregar, sin embargo, que cuando un obispo es nombrado debería decir: “he aquí mi puesto, que recibo del Señor al servicio de Su Iglesia, que es Su Cuerpo y Su Esposa, y me entrego totalmente a esta Iglesia particular”. Un obispo no debería tener personalmente otras preocupaciones. Cuando es necesario proveer a alguna arquidiócesis importante y grande es razonable, sin embargo, que se busque entre los obispos que ya han dado una buena prueba de sí mismos y podrían ser llamados a una responsabilidad mayor. Ciertamente esta práctica, en sí razonable, puede generar en alguno la expectativa de alguna promoción. Pero en este caso el problema no es el traslado desde una sede a la otra sino la madurez espiritual del prelado, el cual, si cultiva este tipo de expectativas, está bien que permanezca donde está.
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El Catholic News Service ha hecho notar que las visitas ad limina ya no son más cada cinco años sino cada siete, y que los obispos que participan en ellas ya no son recibidos todos en forma individual. ¿Por qué?
Al final del pontificado de Juan Pablo II, por motivos obvios, ya no se podía respetar los tiempos de estas visitas. Por lo tanto se creó, de hecho, este cambio. Permanece, de todos modos, la norma según la cual las visitas se llevan a cabo cada cinco años. Y estamos tratando de recuperar los tiempos para restablecer esta frecuencia. Si bien es difícil porque los obispos son ya cinco mil, el doble de aquellos que participaron en el Concilio Vaticano II.
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¿Y las audiencias individuales?
Es una cuestión que no concierne a la Congregación sino directamente al Palacio Apostólico. Tampoco en este caso la regla ha cambiado, pero la praxis sí, por varias causas. De todos modos, no tengo ninguna razón para dudar que si un obispo pide justificadamente poder ser recibido individualmente en audiencia, se hará todo lo posible para cumplir este pedido.
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Hasta pocos años atrás, en los vértices de la Congregación había tres italianos, ahora no hay ni uno solo. ¿Es sólo coincidencia?
No creo que haya un diseño. Pero el nombramiento de los obispos es algo que concierne a todo el mundo. Y tal vez se ha tratado de restablecer un equilibrio. No era ideal que todos fuesen italianos. La internacionalización de la Curia Romana ha sido un progreso positivo en la Iglesia. Pero en la Congregación hay todavía muchos italianos y esto tiene sentido porque la Curia está en Roma y porque la mayoría de las comunicaciones con los nuncios es en italiano.
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Eminencia, ¿pero cómo debe ser un obispo católico?
Hoy, sobre todo en el contexto de nuestras sociedades secularizadas, tenemos necesidad de obispos que sean los primeros evangelizadores y no simples administradores de diócesis. Que sean capaces de proclamar el Evangelio. Que sean no sólo teológicamente fieles al Magisterio y al Papa sino que sean también capaces de exponer y, si es el caso, de defender la fe públicamente. Además de todas las virtudes que normalmente se piden a los obispos, esta capacidad es en la actualidad particularmente necesaria.
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