DECENARIO: DÍA 2




DECENARIO 
AL ESPÍRITU SANTO

DÍA 2



ORACIÓN DE SANTO TOMÁS


Creador Inefable!
Tú, que eres 

la verdadera fuente de luz 
y principio eminentísimo de sabiduría
dígnate infundir
sobre las tinieblas de mi inteligencia
el resplandor de tu Claridad, 
apartando de mí la
doble oscuridad en que he nacido:
El pecado y la ignorancia.

Tú, que haces elocuente la
lengua de los niños, educa
también la mía e infunde en
mis labios la gracia de tu bendición.

Concédeme la agudeza para entender,
la capacidad para asimilar,
método y facilidad para aprender,
ingenio para interpretar
y gracia copiosa para hablar.

Dame acierto al empezar;
dirección al progresar
y perfección al acabar.

Tú, que eres verdadero Dios y
Hombre, y que vives y reinas
Por los siglos de los siglos.
Amén.

Consideración de San Josemaría
Vigencia y actualidad de la Pentecostés

La fuerza y el poder de Dios iluminan la faz de la tierra. El Espíritu Santo continúa asistiendo a la Iglesia de Cristo, para que sea —siempre y en todo— signo levantado ante las naciones, que anuncia a la humanidad la benevolencia y el amor de Dios. Por grandes que sean nuestras limitaciones, los hombres podemos mirar con confianza a los cielos y sentirnos llenos de alegría: Dios nos ama y nos libra de nuestros pecados. La presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia son la prenda y la anticipación de la felicidad eterna, de esa alegría y de esa paz que Dios nos depara. También nosotros, como aquellos primeros que se acercaron a San Pedro en el día de Pentecostés, hemos sido bautizados. En el bautismo, Nuestro Padre Dios ha tomado posesión de nuestras vidas, nos ha incorporado a la de Cristo y nos ha enviado el Espíritu Santo.

El Señor, nos dice la Escritura Santa, nos ha salvado haciéndonos renacer por el bautismo, renovándonos por el Espíritu Santo, que Él derramó copiosamente sobre nosotros por Jesucristo Salvador nuestro, para que, justificados por la gracia, vengamos a ser herederos de la vida eterna conforme a la esperanza que tenemos. La experiencia de nuestra debilidad y de nuestros fallos, la desedificación que puede producir el espectáculo doloroso de la pequeñez o incluso de la mezquindad de algunos que se llaman cristianos, el aparente fracaso o la desorientación de algunas empresas apostólicas, todo eso —el comprobar la realidad del pecado y de las limitaciones humanas— puede sin embargo constituir una prueba para nuestra fe, y hacer que se insinúen la tentación y la duda: ¿dónde están la fuerza y el poder de Dios? Es el momento de reaccionar, de practicar de manera más pura y más recia nuestra esperanza y, por tanto, de procurar que sea más firme nuestra fidelidad.

Espíritu de Ciencia, 
Ven a nosotros!.

Dos alternativas para vivir mejor este decenario:

1. Meditación: Hablar con Dios 
2. Decenario Francisca Javiera Del Valle




  1. 



HABLAR CON DIOS
Don de Ciencia

Nos hace comprender lo que son las cosas creadas, según el designio de Dios sobre la creación y la elevación al orden sobrenatural.

- El don de ciencia y la santificación de las realidades temporales.


- El verdadero valor y sentido de este mundo. Desprendimiento y humildad necesarios para disponernos a recibir este don. 




I. “Las criaturas son como un rastro del paso de Dios. Por esta huella se rastreará su grandeza, poder y sabiduría y todos sus atributos” (1). Son como un espejo en el que se refleja el esplendor de su belleza, de su bondad, de su poder...: los cielos pregonan la gloria de Dios y le anuncia el firmamento, que es la obra de sus manos (2).

Sin embargo, en muchas ocasiones, a causa del pecado original y de los pecados personales, los hombres no saben interpretar esa huella de Dios en el mundo, no alcanzan a conocer al que es la fuente de todos los bienes: por la consideración de las obras no supieron descubrir a su divino Artífice.

Seducidos por la hermosura de las cosas creadas, las tuvieron por dioses. Que aprendan a conocer -sigue diciendo la Sagrada Escritura- cuánto mejor es el Señor de todo lo creado, pues es el autor de la belleza quien hizo todas estas cosas (3).

El don de ciencia facilita al hombre comprender las cosas creadas como señales que llevan a Dios, y lo que significa la elevación al orden sobrenatural. El Espíritu Santo, a través del mundo de la naturaleza y del de la gracia, nos hace percibir y contemplar la infinita sabiduría, la omnipotencia, la bondad, la naturaleza íntima de Dios. “Es un don contemplativo cuya mirada penetra, como la del don de inteligencia y del de sabiduría, en el misterio mismo de Dios” (4). 

Mediante este don, el cristiano percibe y entiende con toda claridad “que la creación entera, el movimiento de la tierra y el de los astros, las acciones rectas de las criaturas y cuanto hay de positivo en el sucederse de la historia, todo, en una palabra, ha venido de Dios y a Dios se ordena” (5). 

Es una sobrenatural disposición por la que el alma participa de la misma ciencia de Dios, descubre las relaciones que existen entre todo lo creado y su Creador y en qué medida y sentido sirven al fin último del hombre.

Manifestación del don de ciencia es el Canto de los tres jóvenes, recogido en el Libro de Daniel, que muchos cristianos rezan en la acción de gracias después de la Santa Misa. Se pide a todas las cosas creadas que bendigan y den gloria al Creador: Benedicite, omnia opera Domini, Domino... Obras todas del Señor, bendecid al Señor; y alabadle y ensalzadle por todos los siglos. 

Angeles del Señor, bendecid al Señor. Cielos... Aguas todas que estáis sobre los cielos... Sol y luna... Estrellas del cielo... Lluvia y rocío... Vientos todos... Frío y calor... Rocíos y escarchas... Noches y días... Luz y tinieblas... Montes y collados... Plantas todas... Fuentes... Mares y ríos... Ballenas y peces... Aves... Bestias y ganados... Sacerdotes del Señor... Espíritus y almas de los justos... Santos y humildes de corazón... Cantadle y dadle gracias porque es eterna su misericordia (6).

Este canto admirable de toda la creación, de lo animado y de lo que carece de vida, da gloria a su Creador. Es “una de las más puras y ardientes expresiones del don de ciencia: que los cielos y toda la creación canten la gloria de Dios” (7). En muchas ocasiones también nos ayudará a nosotros a dar gracias al Señor después de participar en la obra que más gloria da a Dios: la Santa Misa.

II. 

Mediante el don de ciencia, el cristiano dócil al Espíritu Santo sabe discernir con perfecta claridad lo que le lleva a Dios y lo que le se para de Él. Y esto en las artes, en el ambiente, en las modas, en las ideologías... Verdaderamente puede decir: El Señor conduce al justo por caminos rectos y le comunica la ciencia de los santos (8). El Paráclito advierte también cuándo las cosas buenas y rectas en sí mismas pueden convertirse en malas para el hombre porque le separan de su fin sobrenatural: por un deseo desordenado de posesión, por apegamiento del corazón a estos bienes materiales de tal manera que no lo dejan libre para Dios, etcétera.

El cristiano que se ha de santificar en medio del mundo tiene una particular necesidad de este don para ordenar a Dios las actividades temporales, convirtiéndolas en medio de santidad y apostolado. Mediante el don de ciencia, la madre de familia comprende más profundamente cómo su quehacer doméstico es camino que le lleva a Dios si lo hace con rectitud de intención y deseos de agradar a Dios, de la misma manera que el estudiante entiende que su estudio es el medio ordinario que posee para amar a Dios, hacer apostolado y servir a la sociedad; para el arquitecto son sus planos y proyectos; para la enfermera, el cuidado de los enfermos, etcétera. Se comprende entonces por qué debemos amar el mundo y las realidades temporales, y cómo “hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir” (9).

Así -siguen siendo palabras de San Josemaría-“cuando un cristiano desempeña con amor lo más intrascendente de las acciones diarias, aquello rebosa de la trascendencia de Dios. Por eso os he repetido, con un repetido martilleo, que la vocación cristiana consiste en hacer endecasílabos de la prosa de cada día” (10). Ese verso heroico para Dios lo componemos los hombres con las menudencias de la tarea diaria, de los problemas y alegrías que encontramos a nuestro paso.

Amamos las cosas de la tierra, pero las valoramos según su justo valor, el que tienen para Dios. Así daremos una importancia capital a ser templos del Espíritu Santo, porque “si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio; en cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (11). Por encima de los bienes materiales, y de la misma vida, consideramos la fe como el tesoro más grande que hemos recibido, y estaríamos dispuestos a dejarlo todo antes de perderla. Con la luz de este don conocemos, por ejemplo, el valor de la oración y de la mortificación y la influencia decisiva que tienen en nuestra vida, lo que nos empujará a no abandonarlas en ninguna circunstancia.

III. 

A la luz del don de ciencia, el cristiano reconoce el poco valor de lo temporal si no es camino para lo eterno, la brevedad de la vida humana sobre la tierra, la escasa felicidad que puede dar este mundo comparada con la que Dios ha prometido a quienes le aman, la inutilidad de tanto esfuerzo si no se realiza cara al Señor... Al recordar la vida pasada, en la que quizá Dios no fue lo primero, el alma siente una profunda contrición por tanto mal y por tanta ocasión perdida, y nace en ella el deseo de recuperar el tiempo malbaratado siendo más fiel al Señor.

Todo lo de este mundo -al que amamos y en el que debemos santificarnos- aparece a la luz de este don con el sello de la caducidad, mientras que señala con toda nitidez el fin sobrenatural del hombre, al que debemos subordinar todas las realidades terrenas.

Esta visión del mundo, de los acontecimientos y de las personas desde la fe, puede quedar oscurecida, incluso cegada, por lo que San Juan llama la concupiscencia de los ojos (12). Parece entonces como si la mente rechazara la verdadera luz, y ya no se sabe ordenar a Dios las realidades terrenas, que se toman como fin. El deseo desordenado de bienes materiales, el cifrar la felicidad en lo de aquí abajo entorpece o anula la acción de este don. El alma cae entonces en una especie de ceguera en la que ya es incapaz de reconocer y de saborear los bienes verdaderos, los que no perecen, y la esperanza sobrenatural se transforma en el deseo, cada vez mayor, de bienestar material, huyendo de cuanto signifique mortificación y sacrificio.

La visión puramente humana de la realidad acaba por desembocar en la ignorancia de las verdades de Dios, o bien éstas aparecen como algo teórico, sin sentido práctico para la vida corriente, sin capacidad para informar la existencia normal. Los pecados contra este don dejan sin luz, y así se explica esa gran ignorancia de Dios que padece el mundo. En ocasiones, se trata de verdadera incapacidad para entender o asimilar lo sobrenatural, porque se han vuelto completamente los ojos del alma a bienes parciales y engañosos y se han cerrado a los verdaderos.

Para disponernos a recibir este don necesitamos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a vivir la libertad y el desasimiento ante los bienes materiales y a ser más humildes, para poder ser enseñados sobre el verdadero valor de las cosas. Junto a estas disposiciones, fomentaremos la presencia de Dios, que ayuda a ver al Señor en medio de nuestros trabajos, y haremos el propósito decidido de considerar en la oración los sucesos que van decidiendo nuestra vida y las mismas realidades de todos los días: la familia, los compañeros que están codo a codo en el mismo trabajo, aquello que más nos preocupa... 

La oración siempre es un faro poderoso que ilumina la verdadera realidad de las cosas y de los acontecimientos.

Para obtener este don, para hacernos capaces de poseerlo en mayor plenitud, acudimos a la Virgen, Nuestra Señora. Ella es Madre del Amor Hermoso, y del temor, y de la ciencia, y de la santa esperanza (13).

“Madre de la ciencia es María, porque con Ella se aprende la lección que más importa: que nada vale la pena, si no estamos junto al Señor; que de nada sirven todas las maravillas de la tierra, todas las ambiciones colmadas, si en nuestro pecho no arde la llama de amor vivo, la luz de la santa esperanza que es un anticipo del amor interminable en nuestra definitiva Patria” (14).

(1) SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, 5, 3.- (2) Sal 19, 1-2.- (3) Sab 13, 1-5.- (4) M. M. PHILIPON, Los dones del Espíritu Santo, Palabra, Madrid 1983, p. 200.- (5) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Es Cristo que pasa, 130.- (6) Cfr. Dan 3, 52-90.- (7) M. M. PHILIPON, o. c. , p. 203.- (8) Sab 10, 10.- (9) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Homilía Amar al mundo apasionadamente, 8-X-1967.- (10) Ibídem .- (11) IDEM, Amigos de Dios, 92.- (12) 1 Jn 2, 16.- (13) Eclo 24, 24.- (14) J. ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 278.


   



Decenario 
Francisca Javiera Del Valle

Acto de contrición

¡Oh Santo y Divino Espíritu!, bondad suma y caridad ardiente; que desde toda la eternidad deseabas anhelantemente el que existieran seres a quienes Tú pudieras comunicar tus felicidades y hermosuras, tus riquezas y tus glorias.

Ya lograste con el poder infinito que como Dios tienes, el criar estos seres para Ti tan deseados.

¿Y cómo te han correspondido estas tus criaturas, a quienes tu infinita bondad tanto quiso engrandecer, ensalzar y enriquecer? 

¡Oh único bien mío! Cuando por un momento abro mis oídos a escuchar a los mortales, al punto vuelvo a cerrarlos, para no oír los clamores que contra Ti lanzan tus criaturas: es un desahogo infernal que Satanás tiene contra Ti, y no es causa por lograr el que los hombres Te odien y blasfemen, y dejen de alabarte y bendecirte, para con ello impedir el que se logre el fin para que fuimos criados. 

¡Oh bondad infinita!, que no nos necesitáis para nada porque en Ti lo tienes todo: Tú eres la fuente y el manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de toda riqueza y hermosura, de todo poder y gloria; y nosotros, tus criaturas, no somos ni podemos ser más de lo que Tú has querido hacernos; ni podemos tener más de lo que Tú quieras darnos.

Tú eres, por esencia, la suma grandeza, y nosotros, pobres criaturas, tenemos por esencia la misma nada.

Si Tú, Dios nuestro, nos dejaras, al punto moriríamos, porque no podemos tener vida sino en Ti.

¡Oh grandeza suma!, y que siendo quien eres ¡nos ames tanto como nos amas y que seas correspondido con tanta ingratitud!.

¡Oh quien me diera que de pena, de sentimiento y de dolor se me partiera el corazón en mil pedazos! ¡O que de un encendido amor que Te tuviera, exhalara mi corazón el último suspiro para que el amor que Te tuviera fuera la única causa de mi muerte!.

Dame, Señor, este amor, que deseo tener y no tengo. Os le pido por quien sois, Dios infinito en bondades.

Dame también tu gracia y tu luz divina para con ella conocerte a Ti y conocerme a mí y conociéndome Te sirva y Te ame hasta el último instante de mi vida y continúe después amándote por los siglos sin fin. Amén. 

Oración para todos los días 

Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza, honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra ni gloria digna de Ti.

¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen?.

Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.

¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti nos lleve.

Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.

Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Así sea. 

Consideración 

Veamos en este día cuánto debemos amar al Espíritu Santo las criaturas por ser El como el motor de nuestra existencia y la causa de ser criadas para gozar eternamente de los mismos goces de Dios. 

Sabemos por la fe que hay un solo Dios verdadero y que este Dios ni tuvo principio ni tiene fin; y aunque es un solo Dios son Tres Personas distintas a quienes llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo y las Tres son un solo Dios, por ser las Tres la misma Esencia Divina.

Esta Divina Esencia tiene en Sí diversos atributos; y como es un solo Dios, aunque hay en Él Tres Personas, las Tres gozan y tienen la misma sabiduría, la misma bondad, la misma caridad, la misma misericordia, el mismo poder y la misma justicia.

Sin embargo, estas Tres Divinas Personas tienen, como repartidos entre Sí, estos divinos atributos. 

El Padre tiene como propios y como cosa que a Él le pertenece, el poder y la justicia; el Hijo, la sabiduría y la misericordia, y el Espíritu Santo, que de los dos procede, la caridad y la bondad.

Este Dios, tres veces Santo, es, por naturaleza, manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de todo poder y gloria, por ser Él quien es único y sin principio, pues todo lo demás que no es Dios todo tuvo principio y todo cuanto tuvo principio todo es de Dios y depende su existencia de la voluntad de Dios.

Todo cuanto hay en los Cielos y en la tierra, todo..., todo... depende de su querer, y si Él quisiera, los Cielos y cuanto hay en ellos, la tierra y cuantos habitantes hay en ella, todo, en el instante mismo de quererlo Dios, todo desaparecería y se quedaría todo como en la nada, de donde Dios lo sacó; y mientras tanto, quedaba Él en la misma grandeza y señorío, en las mismas felicidades, dichas, venturas y glorias, con los mismos poderíos y hermosuras; porque fuera de Él, nada..., nada... de cuanto existe, Le puede aumentar a Dios ni un pequeño punto de su grandeza, de su hermosura, de su felicidad, de su dicha, de su poder, de su gloria; en fin, de todo lo que es; porque Él es la única cosa que es; las demás cosas que existen no somos nada.

Pues, siendo quien es, y lo que es, y que fuera de El no hay nada que Le pueda hacer feliz, vedle allá, en aquellas eternidades de su existencia, siempre..., siempre..., porque las eternidades dentro de El estuvieron.... y vida de Él recibieron, pues Él fue quien las formó, pues en todas aquellas grandezas, felicidades, dichas, hermosuras, glorias y poderíos, sin que jamás ninguno se lo pueda arrebatar, porque nadie existe sino Él; Él es la vida, y el único que vive con propia vida, y por ser Él la vida, jamás puede morir; su naturaleza divina encierra y lleva dentro de Sí más felicidades, dichas, hermosuras, grandezas y glorias que gotas de agua encierran en sí todos los mares, ríos y fuentes; y esta naturaleza divina de Dios está siempre como el panal de miel, destilando de Sí lo que en Sí encierra, y como fuente siempre perenne, porque su manantial es infinito e inmenso, y de Sí despide raudales inmensos de todas las hermosuras que en Sí encierra aquella infinita bondad de Dios, que es atributo divino y que le tiene el Espíritu Santo como cosa que a Él le pertenece.

Vedle como si algo le faltara, porque no tiene a quien dar aquellas dichas y felicidades que de Sí despide aquella Divina Esencia, porque la bondad es, como su carácter natural, el ser comunicativo y hacer a cuantos pueda participantes de lo que Él tiene y posee; y, ¿a quién va Dios a dar y hacer participante de lo que Él tiene si nadie existe sino Él?.

Si las Tres distintas Personas que tiene en Sí esta Divina Esencia, las Tres son la misma cosa, el solo Dios, ¿pues cómo saciar este su deseo del Espíritu Santo?; ¿de qué medios se valdrá para que este atributo divino se satisfaga?.

Ved lo que Él mismo nos enseña que hizo: con su atributo de bondad hizo fuerza a todos los demás atributos que hay en Dios, y todos unidos, como lo están siempre, por ser propiedad natural de la divina Esencia, todos hicieron fuerza a la voluntad y querer de Dios, para que con su poder crease seres que, sin ser dioses, puedan participar de sus grandezas, de sus hermosuras, de sus felicidades, dichas y glorias; en fin, de todo aquello que brota de Sí su Divina Esencia y lo disfruten mientras Dios sea lo que es, es decir, la única cosa que es y que no tiene fin, ni le puede tener jamás; la voluntad y querer de Dios aceptó lo que pedían sus atributos divinos, y ved aquí cómo el Espíritu Santo es como el motor de nuestra existencia y la causa de haber sido criados para tanta dicha y ventura.

¿Y cómo agradecer al Espíritu Santo este beneficio si no se Le conoce?

Yo por mí confieso que hasta que este mi inolvidable Maestro no me enseñó esta verdad yo nunca supe tal cosa. ¿Cómo yo Le iba a agradecer al Espíritu Santo este beneficio sin saberlo?; de aquí, Señor, la grande pena de mi corazón el que no eres conocido.

¿Y cómo vas a ser amado si no eres conocido? ¿Y quién Te conocerá, Señor, como Tú eres si Tú mismo no Te das a conocer?.

¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Bondad suma y caridad inmensa, que siendo piélago inmenso de inmensas dichas y glorias, como si algo Te faltara, porque no tenías a nadie a quien comunicar y dar lo que Tú tienes!.

¡Oh qué mal correspondemos a tan inmenso beneficio! ¡Qué poco apreciamos los inmensos bienes que Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, has querido darnos con tanta liberalidad y largueza, sin tasa y sin medida, metiéndonos en aquel piélago inmenso que en Ti existe, para que eternamente, con tu misma dicha, seamos eternamente dichosos; con tu misma felicidad, seamos eternamente felices; con tus hermosuras, hacernos eternamente amables a tus divinos ojos; con tu grandeza, hacernos grandes sobre todo lo bello y hermoso que en los Cielos existe y criaste sólo para nuestro placer y contento!.

¡Oh quien me diera recorrer el mundo todo y hablar a los hombres de Ti para que supieran lo que Tú nos has proporcionado para toda la eternidad y empezaran a amarte, quererte y servirte ahora en esta presente vida!.

¡Oh Maestro mío, mi todo, en todas las cosas! ¡Si cuando estén en posesión de Ti pudieran tener alguna pena, como en esta vida sucede, no tendrían otra alguna que la de no haberte conocido para a Ti sólo haberte amado!.

Pues, ¡Bondad suma! Ven, sal a nuestro encuentro y hazte conocer de todos los hombres, para que en este destierro no caminemos sin tu compañía. Sé Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, la luz que nos alumbre por los desconocidos caminos que a Ti conducen, el hábil Maestro que destruya nuestra ignorancia y rudeza y nos enseñéis, como Madre cariñosa, a balbucear cuando estemos en la presencia del Señor, para que, enseñados por Vos en todo no nos hagamos indignos de gozar lo que tu infinita bondad nos tiene ya preparado y de ello y de Vos gocemos por los siglos sin fin. Amén. 

Letanía del Espíritu Santo 

Señor. Tened piedad de nosotros.
Jesucristo. Tened piedad de nosotros 
Señor. Tened piedad de nosotros. 

De todo regalo y comodidad.
Libradnos Espíritu Santo. 

De querer buscar o desear algo que no seáis Vos.
Libradnos Espíritu Santo. 

De todo lo que te desagrade.
Libradnos Espíritu Santo. 

De todo pecado e imperfección y de todo mal.
Libradnos Espíritu Santo. 

Padre amantísimo.
Perdónanos. 

Divino Verbo.
Ten misericordia de nosotros. 

Santo y Divino Espíritu.
No nos dejes hasta ponernos en la posesión de la Divina Esencia, Cielo de los cielos. 

Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al divino Consolador. 

Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de los dones de vuestro espíritu. 

Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo. 

Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. 

Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la tierra. 

Oremos

Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea. 

Obsequio al Espíritu Santo 
para este día segundo

La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu Santo habite siempre en nosotros. 

Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa que a su Dios.

Cuando el alma está habitualmente en este reposo y quietud y sin otro deseo de saber, si no es cuál sea la voluntad de Dios para al punto cumplirla, entonces el alma goza de una paz inalterable, y cuando esta paz tiene el alma, viene a ella el Espíritu Santo y hace allí como su morada, y dispone y gobierna y manda como aquel que está en su propia casa.

Él manda y ordena, y al punto es obedecido. Mas cuando nos inquietamos y turbamos y con la inquietud perdemos la paz del alma, este Santo y Divino Espíritu se contrista grandemente; no porque a Él le venga algún mal, sino porque nos viene a nosotros. El Espíritu Santo no habita en el alma donde la paz no esté como de asiento; perdida la paz, no puede el Espíritu Santo habitar en nosotros, porque a la santidad de Dios la es como un imposible habitar donde no hay paz.

El alma sin paz está como inhabitada para oír la voz de Dios y seguir su llamamiento divino.

Por esto el Espíritu Santo no habita donde no hay paz, porque este Divino Espíritu, que siempre está es aptitud de obrar, al ver al alma sin aptitud para ello, se retira, y contristado, calla.

El Espíritu Santo quiere habitar en nuestra alma, con el único fin de dirigirnos, enseñarnos, corregirnos y ayudarnos, para que nosotros, con su dirección, enseñanza, corrección y ayuda, logremos hacer todas nuestras obras a la mayor honra y gloria de Dios.

Y sin este Divino Espíritu, ¿cómo vamos nosotros solos a saber dar gusto y contento a Dios, si el que comunica este gusto y contento de Dios es el Espíritu Santo, por ser Él la acción de Dios en el alma?.

Y por esto bien Le podemos llamar al Espíritu Santo, con toda verdad, el Dios familiar a nosotros; pues si la paz no puede habitar en nosotros, resolvámonos este día a que todo se pierda antes que perder la paz de nuestra alma, sumamente necesaria para lograr la habitual asistencia del Espíritu Santo, y con ella es seguro que poseeremos a Dios por amor en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Amén. 

Oración final para todos los días 

Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.

¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla! 

¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!

¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.

Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.

¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!

Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!.

¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!.

¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.

Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera! 

¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!.

Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.

¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!.

¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!. 

¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!.

Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”.

¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman!.

¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!.

¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.




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