CANDELEROS Y CANDELABROS



Candelabro 
de tres brazos

Candelero: Es el mobiliario litúrgico que se utiliza para sostener un solo cirio, es de un solo cuerpo.

Todo altar consagrado debe tener al menos seis candeleros.

Candelabros: Es el mobiliario litúrgico que posee dos o más brazos para sostener igual número de cirios.


La Instrucción General del Misal Romano dispone que sobre el altar, o cerca de él, debe colocarse en todas las celebraciones por lo menos dos candeleros, o también cuatro o seis, especialmente si se trata de una Misa dominical o festiva de precepto (n. 117)
De acuerdo a ello, hay dos opciones para poner los candeleros: sobre el altar o cerca de éste. Si la cruz se pone en el centro del altar, siguiendo la tradición, lo más conveniente es que se pongan las velas a sus lados.
El número de candeleros es par, conforme a la Instrucción: pueden ser dos, cuatro o seis.
De acuerdo a la tradición, que implícitamente reconoce la Instrucción, aunque existan seis velas no se encienden todas en las celebraciones. Se encienden dos en las ferias o memorias; cuatro en las fiestas; y seis en los domingos y en las solemnidades.
Cuando celebra el obispo diocesano deben de usarse siete velas según lo indica la Instrucción General del Misal Romano y el Ceremonial de Obispos (IGMR 117, CE 125). La razón de esto es porque el número siete, en las Escrituras, simbolizan la perfección. Siete son los días de la semana, siete los diáconos para el servicio terrenal, siete los sacramentos, siete los dones del Espíritu, y el Apocalipsis habla de siete lámparas ardiendo delante del trono. De esta forma, se usan siete velas para destacar la plenitud del sacerdocio de la que participa el obispo. Es un signo que expresa la preeminencia episcopal.
Hay que decir que sólo se usan las siete luces si el obispo que oficia es el ordinario del lugar, o sea, el que tiene la jurisdicción en la diócesis. Si un obispo oficia fuera de su jurisdicción no se encienden las siete luces, al igual que no portan báculo.

Ahora, en las misas de difuntos, aunque celebre el obispo diocesano, no se usan las siete velas sino únicamente seis, de acuerdo a una antigua tradición ya recogida en el Ceremonial de Obispos de 1886.

Tradicionalmente los candeleros para la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, son colocados de manera simétrica a ambos lados del crucifijo, directamente sobre el altar o cerca de el.

Han de ser candeleros, no está permitido el uso de candelabros, y mucho menos reemplazarlos por apliques fijados al retablo o muros.

Generalmente los candeleros del altar constan de tres elementos: un basamento o pié que lo sostiene, un tallo o vástago más o menos alto y un cajillo donde se inserta el cirio (o a veces una punta donde se lo clava). El cajillo suele llevar en su base un platillo para recoger la cera derretida. 

La altura de los candeleros debe ser proporcional a la de la cruz de altar, en concreto: deben llegar aproximadamente a la altura de la punta de abajo de la cruz, lo que significa que han de ser tan altos como el tallo sobre el que se asienta la cruz de altar. 

Generalmente, si se trata de un juego completo, el vástago de los candeleros y candelabros y el de la cruz tienen la misma forma y el mismo tamaño.

Estos objetos litúrgicos deben estar constituidos por material noble y decente como la plata, el bronce o el oro.

CIRIOS

Sobre los candeleros han de disponerse los cirios. Los cirios que se ponen en el altar han de ser completamente de cera o de cera en su mayor parte.


Es costumbre que las velas del altar sean de cera blanca o crema. Antiguamente estaba prescrito usar velas blancas en las fiestas y solemnidades, y velas amarillas en las Misas de difuntos y en las de Adviento y Cuaresma.

No hay obligación de usar cera de abeja. Las velas eléctricas, además de ser estéticamente feas, no cumplen con el simbolismo de una vela natural: consumirse iluminando, como debemos hacer los católicos en nuestra vida. 
Se tolera el uso de tubos que imitan los cirios verdaderos y que contienen cera en su interior o parafina líquida e incluso aceite.

El grosor y la altura de los cirios es una cuestión estética y dependerá de la altura y estilo de los candeleros.





Número de 
Candeleros


Candelero

Para la Santa Misa

Para la celebración de la Santa Misa se deben encender el número de cirios que señale del día litúrgico, con el objeto de expresar el grado de importancia:

Ferias: En de los días feriales o memorias han de encenderse 2 cirios sobre el altar. (Los más próximos al crucifijo del altar). 

Fiestas: En los días de fiesta han de encenderse 4 cirios sobre el altar. 

Solemnidades: Los Domingos, Solemnidades, fiestas de precepto, así como en celebraciones de mayor importancia, han de encenderse 6 cirios.


6 cirios: solemnidades 

Pontifical: Para la Santa Misa Pontifical o Estacional, es decir la celebrada en ciertas ocasiones por el Papa o por el Ordinario del lugar, han de encenderse 7 cirios. Este séptimo cirio se suele ubicar en la parte posterior del Crucifijo en el centro del Altar. 

7 cirios
No obstante se permiten además de las seis litúrgicas colocadas a ambos lados de la cruz, más cirios, siempre que no se coloquen en línea recta. ( S.R.C.5 Dec. 1991, Lucana, 1).

Para la Exposición con el Santísimo


Solemne: Para la Exposición Mayor o Solemne con el Santísimo sacramento, se encenderán 12 Cirios. En este caso al menos 6 cirios serán colocados en candeleros, y los otros 6 se podrán colocar sobre candelabros. 

Para las 40 horas es tradición emplear 20 velas.



Menor: Para la Exposición Menor o simple con el Santísimo Sacramento, en la que no se emplea la Custodia, se encenderán 6 cirios, los cuales pueden ser colocados en candeleros o candelabros.



FORMA DE ENCENDER 
LOS CIRIOS

7 cirios

Las velas deben de encenderse antes de la misa. No existe una rúbrica sobre cómo han de encenderse, pero la práctica tradicional es comenzar por el lado derecho del altar, alumbrando primero el que se encuentra más cerca del crucifijo y terminando por el más alejado. Después se procede del mismo modo en el lado izquierdo del altar. 


Para esto el ministro se ubicará al frente del altar de cara al retablo (coram Deo), no de cara al pueblo, y encenderá primero el cirio que se encuentra frente al crucifijo, en caso que se trate de una misa pontifical o estacional, y luego los ubicados a la derecha.

Si no es una misa pontifical se encenderá primero el cirio más próximo del lado derecho del crucifijo, luego los dos siguientes de ese lado.

Enseguida encenderá el cirio más próximo al crucifijo del lado izquierdo y luego los siguientes: 

Gráficamente: (seis cirios) 

  6 5 4  1 2 3


FORMA DE 
APAGAR LOS CIRIOS

Para sofocar los cirios se utilizará una copa, con la cual se ahogará la llama, esto con el propósito de impedir el derramamiento de la cera. 

Para apagar los cirios se sigue el orden inverso: se comenzará por el último cirio encendido del lado izquierdo, que es el más apartado de la cruz, luego el siguiente del mismo lado hasta llegar al más próximo del crucifijo. 

De igual manera sucede al lado derecho: se apagará el cirio más distante del crucifijo, luego por orden hasta terminar con el más próximo al crucifijo, de tal suerte que el primer cirio encendido debe ser el último en apagarse.

Gráficamente: (seis cirios)

1 2 3  6 5 4



Empobrecimiento 
de la liturgia

Hoy es frecuente notar que se coloquen los cirios de un solo lado del altar, o que solo coloquen los mínimos requeridos que son dos (2). Con este descuido se empobrece y ensombrece el sentido del Santo Sacrificio de la Misa. 

El poner los cirios a ambos lados del altar tiene una simbología importante sacrificial, dado que evoca el sacrificio que Dios mandó realizar a Moisés y a su pueblo entre luces (Ex. 12, 6), o también lo del profeta Malaquías, desde donde sale el sol hasta el ocaso (como rezamos en la Plegaria Eucarística III), y también el Sal. 113, 3: ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre de Yahveh! 

Hermosísimas son las palabras de Romano Guardini evocando el sentido espiritual del cirio: 

«Helo aquí sobre el candelero. Amplio y seguro se sienta su pie sobre el altar; el tronco se yergue robusto, macizo. El cirio estrechado en su vaina de bronce y sostenido en el disco colocado de plano se lanza hacia lo alto. Poco a poco su figura parece que rejuveneciera. 

Modelado con exquisita delicadeza, es no obstante macizo. Helo ahí siempre recto en el espacio, esbelto, en su pureza intacta: sin renunciar a sus colores de tonos pálidos. Por su inmaculada blancura y su forma esbelta, el cirio se distingue de todas las cosas que lo rodean. En lo más alto se cierne la llama. Y en ella el cirio transforma su carne purísima en luz cálida y luminosa. ¿No es verdad que su vista evoca en tu espíritu una idea de nobleza? ¡Mira!... Cómo se mantiene inmóvil, arrogantemente en su sitio sin titubear, todo purísimo. Todo en él nos dice: "¡Estoy dispuesto, estoy alerta!". 

Y el cirio está, día y noche, allí donde debe estar: ante Dios. Nada de cuanto compone su ser escapa a su misión; nada frustra su fin: el cirio se entrega sin reserva. Está para eso: para consumirse. Y se consume cumpliendo su destino de ser luz y calor. "Pero, ¿qué sabe de todo eso el cirio -me dirás- si no tiene alma...?" Es verdad. Entonces tú debes darle una. ¡Haz del cirio el símbolo de tu propia alma!» (de Los signos sagrados).






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