MUERTE DE TÍA CARMEN


“Muerte de tía Carmen 

Carmen, la hermana de San Josemaría, falleció en Roma, el 20 de junio de 1957. 

Murió romana, hecha al espíritu del Opus Dei, por voluntad de servicio. 

La primera vez que fue a la Ciudad Eterna fue en abril de 1948, a petición de su hermano Josemaría, para echar una mano a las mujeres que atendían el piso de Città Leonina. 

De nuevo recurrió a ella en 1952 para sacar adelante Salto di Fondi. Fue una ocasión más de prestar su abnegada colaboración en los apostolados de la Obra. 

Le tocó asistir a los trabajos de acondicionamiento de la vieja casona de la finca; aislada, sin agua potable, sin teléfono y sin otros servicios. Un año más tarde estaba ya habitable Salto di Fondi y los alumnos del Colegio Romano pudieron utilizarlo normalmente.

Pero Carmen y Santiago no se volvieron a España. Decidieron quedarse en Roma. Santiago para trabajar como abogado; y Carmen para acompañar a su hermano menor y estar disponible, si es que alguna vez la Obra necesitara de nuevo su ayuda. Vivían los dos en un pequeño chalet de via degli Scipioni y los cuatro años que allí pasaron fueron, indudablemente“, de los más felices de su vida. Rodeada del cariño de sus sobrinos y sobrinas, los días transcurrían plácidos y felices para Carmen, siempre ocupada en algo y sin un momento en qué sentirse sola. 

Carmen, que en su juventud renunció al matrimonio en favor de la Obra, estaba de hecho integrada en una familia numerosísima. A sus cincuenta y tantos años se le escapaba el afecto hacia los sobrinos. Pero no por igual; tenía sus preferencias y éstas no eran siempre fáciles de adivinar. Había momentos en que sufría, al ver que tenían que arrancarse de su lado, tal vez para siempre; y le venía uno de esos prontos tan característicos: «No quiero “conocer absolutamente a nadie más, decía. Porque los conoce una, empieza a quererlos y luego se los llevan a América».

Las relaciones con su hermano Josemaría eran de profundísimo cariño, aunque velado con recato. Este comportamiento, reservado por ambas partes, venía de tiempos de la Abuela, cuando doña Dolores ya se había hecho a la idea de que pocas veces vería a su hijo, a pesar de vivir en la misma casa. 

Carmen tardó muchos años en acostumbrarse a aceptar el sacrificio de su hermano. (Cuando se refería a don Josemaría hablaba de mi hermano; y, si se refería al pequeño, decía Santiago). 

La actitud de despego con su familia, que era un sacrificio exigente, meditado y voluntario por parte del Fundador, costó muchas lágrimas a Carmen, que no era nada propensa a lloriqueos sentimentales a sus cincuenta y tantos años, cuando se ocupaba de los primeros centros de la Obra en Madrid.

Ahora, en Roma, su corazón estaba más sereno y podía abrirlo a sus sobrinos: «Al principio yo lloraba mucho, cuando viviendo en Diego de León pasaba un mes sin ver a mi hermano. Ahora ya me voy acostumbrando, porque él dice que tiene que dar […]”

Fragmento de: Andrés Vázquez de Prada. “El Fundador del Opus Dei III. 


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