EL AMITO

AMITO



El Amito es la prenda destinada a cubrir el cuello y las espaldas del obispo, el sacerdote, el diácono, o acólito en las celebraciones litúrgicas. 
Del latín "amictus", de "amicio, amicire", rodear, envolver. 

Es el lienzo rectangular de lino blanco que el sacerdote se coloca sobre los hombros y alrededor del cuello antes de ponerse el alba. Se sujeta por medio de cintas cruzadas a la cintura. Se utiliza al menos desde el siglo VIII y hasta el presente. (Cf IGMR, n.81)

Simbolismo: El misal ve en él el casco de la salvación, la defensa contra las tentaciones diabólicas. Y el pontifical ve la reserva y la moderación de la palabra


-Benedicto XVI sobre el amito: 

“En el pasado, éste se colocaba primero en la cabeza como una especie de capucha, convirtiéndose así en un símbolo de la disciplina de los sentidos y del pensamiento necesaria para una justa celebración de la Santa Misa”. “Los pensamientos no deben vagar aquí y allá detrás de las preocupaciones y las expectativas del día; los sentidos no deben ser atraídos de aquello que allí, al interior de la Iglesia, casualmente quisiera secuestrar los ojos y los oídos”. “Si yo estoy con el Señor, entonces con mi escucha, mi hablar y mi actuar, atraigo también a la gente dentro de la comunión con Él”.

El amito se coloca bajo el alba.
La Instrucción General del Misal Romano dispone que debe usarse obligatoriamente, salvo que el alba cubra totalmente el alzacuellos. Textualmente establece:
“119. […] Todos los que se revisten con alba, usarán cíngulo y amito, a no ser que por la forma del alba no se requieran.”
“336. La vestidura sagrada para todos los ministros ordenados e instituidos, de cualquier grado, es el alba, que debe ser atada a la cintura con el cíngulo, a no ser que esté hecha de tal manera que se adapte al cuerpo aun sin él. Pero antes de ponerse el alba, si ésta no cubre el vestido común alrededor del cuello, empléese el amito.[…]”

Se pone por la cabeza y luego se recubre con su borde el cuello de la sotana o clerigman, quedando de esta manera oculto debajo del alba o del ornamento que emplee.
Sin embargo, es penoso y común que los ministros hagan caso omiso de esta disposición. En algunos lugares su uso es considerado como algo reaccionario por parte del clero. Aunque se vea el alzacuellos o la camisa, no lo usan faltando a la delicadeza con carácter sagrado de la liturgia y de su esplendor.
Los papas nunca han dejado de utilizar el amito. 

El papa Francisco lo usa tanto en las celebraciones solemnes que organiza la Oficina de Celebraciones Litúrgicas como en las misas privadas que todas las mañanas ofrece en Santa Marta.

ORACIÓN AL REVESTISE CON EL AMITO
Para revestir el amito, el sacerdote debe de colocarlo primero sobre su cabeza, luego lo baja a sus hombros. Lo amarra por la cintura y se lo ajusta en el alzacuellos para que no se vea.
De acuerdo con la tradición, mientras el sacerdote se reviste con el amito dice la siguiente oración:
“Impone, Domine, capiti meo galeam salutis, ad expugnandos diabolicos incursus.”
Lo que puede traducirse como:
 “Pon, Señor, sobre mi cabeza el casco de salvación, para rechazar los asaltos del enemigo”.

BENDICIÓN DEL AMITO

Este pequeño lienzo que como las demás vestiduras sacerdotales, necesita una bendición previa a su uso. 

OBJETO DE ESTA VESTIDURA

El objeto de esta vestidura, la primera que se pone el sacerdote para la Misa, es que cubra los hombros y, originariamente, también la cabeza. Muchas de las antiguas órdenes religiosas todavía usan el amito de la manera como lo hacían en la Edad Media; es decir, que el amito se extiende primero sobre la cabeza con las puntas cayendo sobre los hombros; luego se colocan las otras vestiduras, desde el alba a la casulla, y por fin, al acercarse al altar, el sacerdote retira el amito de la cabeza de modo que cuelgue alrededor del cuello por encima de la casulla, a la manera de una pequeña cogulla o capucha. 

De este modo, como fácilmente podrá comprenderse, el amito forma una suerte de cuello que protege del contacto directo con la piel al material noble de que está hecha la casulla. 

Al retirarse del altar, el sacerdote vuelve a colocarse el amito sobre la cabeza de modo tal que, tanto al entrar como al marcharse, sirve para cubrir la cabeza en lugar del birrete moderno. Esta costumbre de cubrir la cabeza con el amito ha caído en desuso entre el clero en general, y el único vestigio que perdura es la rúbrica que señala que, en el momento de ponérselo, el amito deberá permanecer sobre la cabeza durante un minuto antes de ser ajustado alrededor del cuello. 

En la ceremonia de su ordenación, los subdiáconos reciben el amito de manos del obispo quien les dice:”Recibe el amito que indica la disciplina de la voz” (castigatio vocis). Esto parece tener relación con algún uso primitivo del amito en calidad de especie de bufanda para proteger la garganta. 

Por otra parte, la oración que se le indica al clero para el momento de ponerse esta vestidura alude a un galeam salutis, un “yelmo de salvación contra las insidias del enemigo”, acentuando su uso como cobertura de cabeza. En sentido estricto, los clérigos inferiores a subdiáconos no deberían usar el amito, por ser éste una vestidura sagrada.

Al bucear en la historia del amito, nos encontramos con la misma dificultad que surge ante nosotros al enfrentarnos con expresiones usadas por escritores antiguos. La palabra amictus, que sigue siendo el nombre latino de esta vestidura, y de la que proviene nuestro vocablo amito, parece haber sido empleada en su sentido actual por Amalario a comienzos del siglo IX. Éste nos dice que el amictus es la primera vestidura que debe colocarse y envolver el cuello (De Eccles. Ofic.., II, XVII, en P.L., CV, 1094). 

Es también probable que podamos identificar con certeza la misma vestidura con el anagolagium mencionado en el primer Ordo Romanus, documento de mediados del siglo VIII o anterior. Anagolagium parece ser sencillamente una corrupción de la palabra anabolium (o anaboladium), a la que San Isidoro de Sevilla define como una suerte de envoltura de lino usada por las mujeres para cubrirse los hombros, por otro nombre sindon. No existe nada que haga suponer que esta última fuera una vestidura litúrgica; por lo tanto, debemos sacar en conclusión que no podemos buscar con seguridad el origen del amito actual antes de la mencionada referencia al primer Ordo Romano (P.L., LXVIII, 940). 

Es curioso que este anagolagium, aunque fuera también usado por el diácono y el subdiácono papales, se lo pusiera el Papa por encima y no por debajo del alba. Hasta el momento presente, el Papa, cuando pontifica, usa una suerte de segundo amito de seda a rayas llamado fanon , que se pone encima del alba y se dobla luego sobre la parte alta de la casulla. Por otra parte, el amito en el rito Ambrosiano se coloca después del alba. 

No se ha podido aclarar en qué momento se empezó a considerar al amito como parte indispensable de la indumentaria litúrgica del sacerdote, ya que tanto el Obispo Teodulfo de Orleáns (f. 821) como Walafrido Strabo (f. 849) lo pasan por alto en circunstancias en las que podíamos esperar de ellos que lo mencionaran. Además, la “Admonitio Synodalis”, documento de fecha incierta pero vulgarmente atribuido al siglo IX (ver, sin embargo, Revista benedictina, 1892, pág. 99), claramente impone la obligación de celebrar Misa con el amito, alba, estola, manípulo y casulla. 

Algunos escritores litúrgicos primitivos, como Rábano Mauro, se inclinaban a considerar al amito como proveniente del efod de los sacerdotes judíos, pero las autoridades modernas son unánimes en el rechazo de esta teoría. Buscan el origen del amito en algún propósito utilitario, aunque hay diferencias de opinión considerables respecto de si era, en un comienzo, un lienzo para el cuello introducido por razones de decoro para tapar la garganta desnuda; o nuevamente una pañoleta que protegía las vestiduras nobles del sudor que, en los climas meridionales suele bañar la cara y el cuello, o quizás una bufanda de invierno para abrigar la garganta de aquellos que, con la finalidad de cantar en la iglesia, debían cuidarse la voz. Cada una de estas opiniones merece tenerse en cuenta pero no parece posible llegar a ninguna conclusión exacta. (ver Braun, Die priesterlichen Gewänder, pág. 5). Los varios nombres por los que se lo conocía en la antigüedad, humerale (es decir “lienzo de los hombros”, Germ. Schultertuch), superhumerale anagologium, etc., no nos ayudan a conocer su historia.

CONFECCIÓN Y MATERIAL

Igual que para el alba, sólo se admite como material para el amito la tela de hilo tejida con fibra de lino o cáñamo. En el centro del amito se debe bordar una pequeña cruz que el sacerdote tiene que besar antes de ponérselo. 

Las autoridades competentes (por ejemplo Thalhofer, Liturgia, I, 864) disponen que el amito debe medir al menos aproximadamente 82 cms. de largo por 60 cms. de ancho. 

Se permite el uso de un borde de puntilla en los amitos destinados a los días de fiesta; las tiras pueden ser de seda blanca o de color. (Barbier de Montault, Costume Eccl., II, 231). En la Edad Media cuando el amito se doblaba sobre la casulla y por tanto quedaba a la vista, se solía adornar con “indumentaria” o tiras de bordado suntuoso. Esta práctica ya no está permitida.


COMENTARIO


Por Pablo Pomar

A veces pienso que no serán pocos los fieles que cuando ven en misa un alzacuellos o una tirilla asomando por la escotadura de la casulla del oficiante consideren que éste va vestido “como Dios manda”, y hasta se alegrarán por ello, lo que podemos entender, qué duda cabe, a tenor de la más que previsible alternativa sport, tantas veces florida y hermosa. Sin embargo, ni esa camisa declergyman, ni el improbable hábito de religión, ni la ciertamente improbabilísima sotana deberían estar visibles durante la celebración de la misa. 


Seguro que habrá muchos fieles de generaciones anteriores que saben que una vez fue común y generalizado el uso de una vestidura sagrada llamada amito que todo ministro católico vestía bajo el alba, aunque no falten testimonios antiguos de haberlo hecho también por encima de ésta, como aún se practica en el rito ambrosiano. 
Salvo para alguien empeñado en la búsqueda de exquisiteces litúrgicas, lo normal será que un simple fiel de misa de domingo sólo pueda ver el amito alrededor del cuello de algún sacerdote del Opus Dei, pues ellos sí que acostumbran a utilizarlo; de algunos -pocos- obispos; o del papa, pero esto ya por televisión, claro. La verdad del cuento es que la prenda ya no es objeto en la liturgia postconciliar de recepción ritual alguna como sí sucede en la tradicional durante la ordenación subdiaconal, lo que la ha devaluado desde el punto de vista del vínculo sentimental que se establece en esos momentos entre clérigo y objeto sagrado ligado a sus primeros pasos en el camino del sacerdocio. Además la normativa litúrgica actual determina que sólo es necesario su uso cuando el alba no cubra el cuello completamente y ahí ya empiezan las interpretaciones y... déjelo ahí que hace mucho calor.

La prenda, que debe estar bendecida por el obispo o por un sacerdote facultado para ello y ha de ser lavada separadamente de los vestidos profanos, es tan sencilla que apenas parece susceptible de ser descrita, al tratarse simplemente de un lienzo fino de forma cuadrangular hecho de lino o cáñamo blanco, que puede estar adornado, excepto en la parte que ciñe el cuello, con encajes en su borde perimetral. 

En España, por lo general, sus dimensiones son generosas -noventa por setenta centímetros recomendaban las Advertencias del arzobispo Aliaga en 1631- si bien estas medidas varían de una parte a otra y rara vez están fijadas, aunque como en todo hay excepciones, pues como un lienzo de ochenta por sesenta centímetros queda definido el amito en el ceremonial de los frailes menores conventuales. Cuenta con una cruz bordada en el centro que se besa en el momento de revestirse.
El sacerdote y demás ministros sagrados cubren con el amito el cuello y los hombros, ajustando su extremo derecho sobre el izquierdo y fijándolo con dos cintas largas, como de metro y medio, para cómodamente poder dar la vuelta al cuerpo, cruzarlas y hacer con ellas un nudo sobre el pecho. Las cintas de los amitos de los prelados suelen ser de color rojo o carmesí y hay lugares donde éstas se conforman con el color litúrgico correspondiente, sin faltar las pacientes labores monjiles de decoración pictórica y bordado de las cintas, que también pueden estar rematadas con borlas o bellotas.

Quienes tienen derecho al roquete también utilizan el amito sobre esta prenda cuando han de revestir la capa pluvial, la casulla o la dalmática. También los prelados visten el amito sobre el roquete y bajo el alba cuando celebran pontificalmente. Por último, conviene señalar que la práctica de colocar el amito sobre la sobrepelliz y bajo el alba al revestirse el sacerdote y los ministros para la misa, algo que ahora vemos en algunas partes donde se celebra la liturgia tradicional, es en sí correcta a tenor de las rúbricas, sin embargo rarísima vez se llevaba a cabo, pues aunque alguien debió de considerar que podía llegar a ser cómodo el hacerlo, realmente no resulta así.

Históricamente, el término amito procede del latino amictus, de amicere, cubrir, si bien ha recibido otros nombres latinos como humerale, superhumerale, porque cubría los hombros,anaboladium y anagolai, como viene referido en el Ordo romanus, por ceñir el cuello. 

El amito velaba por completo la cabeza de los clérigos, que muy probablemente abusaban de él, dado que en el Concilio de Roma del año 774 se llegó a prohibir que esta prenda cubriese la cabeza del celebrante o asistente durante toda la misa. Sin embargo, hasta la total generalización del bonete, la práctica continuó para la procesión de entrada. 

Así, los ministros pasaban de la sacristía al altar cubiertos con él, lo que lo convirtió simbólicamente en una suerte de yelmo de salvación contra los asaltos del demonio, como señala la oración prevista para ser recitada por el clérigo al momento de revestirse con el amito: Impóne Dómine, capiti mea gáleam salutis ad expugnándos diabólicos incúrsus (Impón, oh Señor, sobre mi cabeza el yelmo de la salvación, para vencer los asaltos del demonio). Este uso es aún seguido por los religiosos de capucha que, al no disponer de bonete, se cubren con el amito.

Durante la Edad Media este lienzo estaba decorado con una franja bordada que formaba una suerte de solapa o cuello llamado en latín collaria o colleria, en otras latitudes parura o aurifrisium o, más comúnmente en castellano, amito collar. Esta ancha cenefa se le añadía a la parte superior del amito, frecuentemente mediante una sola costura, de tal modo que se podía abatir sobre la casulla, sin por ello impedir que el amito cubriese completamente el cuello de la sotana. 

De estos amitos paramentados, el ejemplar más antiguo de que hay constancia en España resale al siglo X, concretamente al 957, año en el que se redactó el inventario de bienes de Wadamir, obispo de Vich, en el que figuraban cuatro amitos bordados en oro. Su uso debió de estar muy extendido, pues en la segunda mitad del siglo XVIII está documentado cómo continuaba en catedrales tan distantes como las de Maguncia, París o Sevilla. En ésta última lo continuaron utilizando los diácono s de honor o vestuarios del arzobispo hasta finales del siglo XX y aún se pueden ver durante la semana santa en algunas parroquias del arzobispado hispalense como la sevillana de San Isidoro, mientras que en otras como la parroquia de Santa Ana de Triana, aún sin uso, conservan en sus cajoneras bellos ejemplares como el que hemos traido aquí para encabezar este artículo. 


Como vestigio de estos aurifrisia quedó también la primitiva ubicación de la cruz junto al borde del lienzo donde antaño se añadía esta decoración, el delimitado por las cintas, posición que posteriormente sería abandonada por los inconvenientes de orden práctico que implicaba y que quedan de manifiesto en las ya citadasAdvertencias, que piden pasar la cruz al centro del amito “para que mudándose las cintas de una parte a otra, sirva el amito por las dos partes y dure más tiempo y para que se pueda adorar la cruz sin asco. Porque la parte donde suele ponerse la cruz, se acomoda en el cuello; y se carga luego de sudor”. Por último, conviene señalar que evolución de estos amitos collares son las collaretas o gorjales de las dalmáticas, que aún hoy son frecuentemente utilizados en el rito ambrosiano, en León (Francia) y en distintas partes de España.

El origen del amito lo creyó encontrar Rabano Mauro en una supervivencia del superhumeral del sumo sacerdote del Antiguo Testamento, llamado efod, y hasta del amictus que menciona Virgilio y que no era otra cosa que la toga adornada de púrpura que llevaban los sacerdotes y otras personalidades oficiales del mundo romano. Actualmente, sin embargo, la historiografía coincide en considerarlo como evolución del focale o palliolum que era usado en la vida profana por toda clase de personas. Como ornamento litúrgico se menciona el amito por vez primera el el ya citado Ordo Romanus I, a finales del siglo VIII, bajo el nombre deanagolaium, aunque se usaba como tal ya mucho antes, probablemente desde época paleocristiana. Durante el periodo carolingio se extendió su uso al resto de occidente, donde ya a principios del siglo IX Rabano Mauro y Amalario de Metz lo citan entre los ornamentos sagrados bajo el nombre de superhumerale y amictusrespectivamente.

Posteriormente, como es de esperar, recibió variadas interpretaciones alegóricas que han cambiado notablemente a través del tiempo y que van desde el velo que cubrió el rostro del Salvador, a la corona de espinas que le impusieron en la cabeza, pasando por el yelmo protector ya citado, la voz del sacerdote que canta las divinas alabanzas, o su moderación en las palabras, como consideraba Amalario. Relacionada con esta última analogía simbólica está la fórmula que dirige el obispo al subdiácono cuando lo ordena: Aceipe amictum per quem designatur castigatio vocis (Recibe el amito por el cual se significa la mortificación en el hablar). 


Sin embargo, además de estas interpretaciones devotas, no se puede negar su practicidad como prenda que esconde hasta el más mínimo rastro de indumentaria no sagrada, dado que cuando en un mismo templo varios clérigos comparten ornamentos, con el amito cada cual evita el contacto con el sudor ajeno impregnado en los cuellos de las albas, casullas y demás ornamentos, a la vez que protege a éstos para que el traspaso del sudor de quien los usa sea mínimo. Si nos paramos a pensar en la realidad actual, sólo nos cabe imaginar que a falta de amitos, aumento de las dermatitis y ganancia de lavanderas.


Latin: Amictus, humerale

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