ORIGEN DE LA BIBIA

Tomada del libro:


¿De dónde obtuvimos la Biblia?: 
Nuestra deuda con la Iglesia Católica.

Contenido:

Prefacio
Introducción

 I. Algunos Errores Eliminados  
 II. La elaboración del Antiguo Testamento 
 III. La Iglesia Precede al Nuevo Testamento 
 IV. La Iglesia Católica Compila el Nuevo Testamento 
 V. Deficiencias de la Biblia Protestante 
 VI. Los Originales y su Desaparición 
 VII. Fatales son las Variaciones en el texto bíblico para la teoría protestante 


DESARROLLO


Prefacio a la Primera Edición

Éste pequeño libro acerca de la Biblia, se formó a partir de lecturas que el autor expuso sobre el tema a diversas audiencias. Posteriormente, estas lecturas fueron ampliadas y aparecieron en una serie de artículos en la prensa católica (1908-9), y ahora, con unas pequeñas modificaciones fueron reimpresas. Su origen da cuenta en cada momento del estilo coloquial empleado en toda la obra.

Por lo tanto, no hay ninguna pretensión de erudición profunda ni de elocuencia en el lenguaje, todo lo que se intentó fue una exposición precisa al alcance de todos, en consonancia con las afirmaciones históricas del Catolicismo respecto a la Biblia. Sin embargo, es sencillamente controversial sin caer en la falta de caridad ni en la injusticia.

Personas allegadas, más de una vez sugirieron el resurgimiento de los artículos, y al fin, pareció al autor el mejor momento para esto cuando el mundo Protestante celebraba su tercer centenario de la Versión Autorizada. Entre la gran cantidad de literatura acerca de la Biblia, pareció conveniente alguna declaración clara y sencilla de parte del lado católico con el objeto de instruir a la mayoría de las personas acerca de la deuda que Inglaterra junto con el resto de la cristiandad tiene con la Iglesia Católica en este asunto. Probablemente, el motivo de la presente publicación será mejor entendido a través de una lectura cuidadosa a esta carta del autor que apareció en el diario Glasgow Herald, el 18 de marzo de 1911:

El Centenario de la Biblia y la Iglesia Católica.

“Entre el júbilo general por el tricentenario de la aparición de la versión ‘King James’ de la Biblia -protestante-, pienso que sería una lástima si no mencionáramos a la gran Iglesia a quien, bajo la guía de Dios, debemos nuestra posesión de las Sagradas Escrituras, me refiero, por supuesto a la Iglesia Católica Romana. Sin emitir una sola nota discordante, espero, a coro universal, hacer notar la falta de generosidad y por supuesto la injusticia histórica al no voltear nuestra mirada, por lo menos de reojo, a tan venerable figura que permanece en la sombra inspeccionando nuestras celebraciones, como si estuviera diciendo: ‘regocíjense por la Biblia, pero recuerden que la obtuvieron de mi’. Como escocés que no puede olvidar que Escocia fue ampliamente forjada a través de la Biblia, no me opongo a nadie en la veneración de las Escrituras inspiradas ni en la admiración de la incomparablemente hermosa Versión Autorizada. 

Aún así, honor a quien honor merece. Sólo estaremos concediendo un apropiado elogio, reconocimiento y gratitud si nosotros reconocemos con franqueza y con agradecimiento que debemos a un concilio -o concilios- de la Iglesia Católica Romana la colección de libros separados que formaron nuestro actual Canon del Nuevo Testamento, y hacia el cuidado amoroso y la labor devota de los monjes y especialistas de la Iglesia a través de los siglos, con los que estamos en deuda no sólo por la multiplicación y distribución del sagrado volumen entre los fieles cuando aún no existían las imprentas, sino incluso, por la preservación del Libro de la corrupción y la destrucción. Es entonces, indudablemente cierto el decir, en el orden que ha dispuesto la Providencia, que se le debe a la Iglesia Católica Romana el que tengamos una Biblia hoy. Y nadie será peor cristiano ni peor amador de la Biblia si recuerda en este notable año que es a la Madre Iglesia de la Cristiandad a donde tiene que voltear si quiere contemplar a la verdadera preservadora, defensora y transmisora de la ‘Palabra que perdurará por siempre’.

“Henry Grey Graham”.


Introducción

Si todo fuese cierto de lo que se alega en contra de la Iglesia Católica y su tratamiento a la Sagrada Escritura, entonces, el título apropiado de este escrito debería ser “Cómo no obtuvimos la Biblia” en lugar de “Cómo la obtuvimos”. La opinión común y corriente acerca del tema entre la gran mayoría de no-católicos en Gran Bretaña, ha sido que Roma odia la Biblia que ella misma ha hecho, y que si por ella fuera la destruiría, y que en todos los países en que ha tenido alguna influencia la ha arrebatado de las manos de la gente, la ha tomado y la ha quemado doquiera que ha encontrado a alguien leyéndola. O si no ha podido prevenir completamente su publicación o su lectura, al menos, la ha hecho casi inútil traduciéndola a idiomas muertos que la mayoría de las personas ni puede leer ni entender. Y todo esto que ella ha hecho es porque sabe que sus doctrinas son absolutamente opuestas y contradictorias a la Palabra de Dios escrita, ella sostiene y propaga dogmas y tradiciones que no soportarían un sólo instante si se las expusiera y examinara a la luz de las Sagradas Escrituras. 

De hecho, es conocido por todos que cuando la Biblia fue sacada a la luz, impresa y puesta en las manos de la gente en el siglo dieciséis, repentinamente, hubo una gran revuelta en contra de la Iglesia Romana, ¿fue una gloriosa Reforma? Ansiosamente la gente se apresuró a revisar la Biblia y vieron que fueron engañados y defraudados, y que les habían enseñado a creer en “doctrinas y mandamientos de hombres”, se deshicieron de sus grilletes y se emanciparon de la esclavitud del Romanismo, abrazaron la pura verdad de la Palabra de Dios puesta delante del Protestantismo y las Biblias protestantes. 

¿No es esta la fábula que cuentan acerca de la historia de Roma? ¿No es Roma siempre puesta librando una cruel e implacable batalla en contra de la Santa Biblia, emitiendo prohibiciones y formulando decretos en contra de su lectura o de su posesión, algunas veces, incluso, por su odio mortal realizando hogueras con montones de nuevos y antiguos Testamentos? como Tunstall, Obispo de Londres hizo con la versión de William Tyndale? ¿No ha quemado ella en la hoguera y desaparecido de sus hogares y países a sirvientes del Señor como John Wycliffe y William Tyndale por el único crimen de traducir, imprimir y poner en las manos del hombre común el texto sagrado del evangelio de Jesucristo? ¿Quién no conoce ejemplos, incluso en nuestros días, de ancianas y pías mujeres, especialmente en Irlanda, auxiliándose de una vela sobre la Biblia y leyéndola (y que nunca habían visto antes), especialmente el evangelio de San Juan III, 16, yendo después con el sacerdote y contándole de su nueva luz que han recibido a través de las bendecidas palabras y a continuación, el sacerdote les arrebata de sus manos el libro y lo arroja al fuego? Esto es común en países católicos (dicen ellos), en donde la gente pobre algunas veces puede obtener una copia de la Palabra de Dios a través de la labor de mujeres y distribuidores de Biblias. 

Una mujer escocesa en Roma, ahora felizmente católica, cuando era miembro de una congregación protestante que apoyaba a un distribuidor de Biblias, me contó que este caballero relataba en una reunión de esta congregación cómo una anciana de un pequeño pueblo italiano aceptó uno de sus Testamentos y que siendo iluminada por el Evangelio de San Juan, (al que nuca había leído, por supuesto, aunque era parte de la Misa diaria) inmediatamente se dirigió con el sacerdote, lo refutó y silenció de tal manera que no pudo pronunciar palabra en réplica.

Esto, repito, es la idea comúnmente aceptada acerca de Roma y su actitud hacia las Santas Escrituras entre las masas de no-católicos. He especificado que “entre las masas”, ya que actualmente existen un buen número de personas con una mejor información sobre el tema y muestran mayor imparcialidad. De especialistas que han estudiado el tema objetivamente, hombres, por ejemplo de la estampa del finado Dr. S. R. Maitland, cuyas ideas son bastante explotadas. Uno no podría mentir a las masas tan descaradamente para sostener las nociones arriba aludidas, y por supuesto, es válido preguntarse, ¿cómo podrían pensar de manera distinta frente a la tradición que les ha sido legada a ellos por sus antepasados desde la “Reforma”, por sus ministros, maestros, padres, a través de sermones, catecismos, diarios, libros de turismo, de ficción e historia?.

 Ellos han creído esta tradición tan naturalmente como creen que el sol se levanta desde el este y se pone en el oeste, que los monasterios y conventos eran pozos de iniquidad y guaridas de corrupción, o que alguna vez hubo una Papiza (Papa mujer) llamada Juana, o que los católicos pagan con dinero por el perdón de sus pecados. No es posible mentir de esta manera que, humanamente hablando, no tengan oportunidad de creer nada más. La versión protestante del catolicismo de la pre-reforma ha sido una gran falsificación de la historia.

Todas las faltas y pecados que se pudieron inventar acerca y en contra de Roma, de obispos y sacerdotes en particular fueron presentadas a las personas de esta tierra infeliz, y las mejores actuaciones de la Iglesia fueron malinterpretadas, mal juzgadas, distorsionadas y nada bueno fue dicho en su favor. Ha sido concebida como negra y horrorosa, sin ninguna belleza para contemplar en ella. Consecuentemente, la gente creyó esta tradición como una verdad sin réplica y la aceptó como historia verídica sin investigar si era verdad o mentira. Agréguese el hecho de que el catolicismo fue casi erradicado de Escocia, así, la gente no tuvo medios para informarse acerca de sus doctrinas y prácticas, y estando imperfectamente educados desde principios del siglo diecinueve, fueron incapaces de llegar al verdadero conocimiento de la vida interior de la Iglesia Católica así como de su antiquísima organización interna.

De esta manera, uno puede fácilmente entender cómo surgió todo esto entre las masas de amantes de la Biblia escoceses, identificando al Papa como el Anticristo predicho por San Juan y a Roma misma como el sitio sobre las siete colinas, identificada como “Babilonia la Grande, la madre de todas las rameras y abominaciones de la tierra”, “y la mujer ebria con la sangre de los santos”. Un relato cuenta que un día, el feliz monarca Carlos Segundo, propuso a los hombres de ciencia y sabios el siguiente problema: ¿Porqué un pez pesa menos muerto que vivo? Los sabios y científicos discutieron esta grave dificultad y elaboraron tratados sobre el tema para complacer al real indagador, pero no llegaron a una conclusión satisfactoria. Finalmente, ocurrió que uno de ellos, experimentó lo que el rey proponía y descubrió que era una tomadura de pelo, el pescado pesaba lo mismo muerto que vivo, y todo ese tiempo, el feliz monarca lo había sabido. Las personas han actuado de esta manera respecto a la afirmación elaborada que Roma odia la Biblia, la ha perseguido e intentado suprimir su existencia. Pero en nuestros días, muchos están investigando ¿así ha sido?, ¿estamos seguros de nuestras afirmaciones?, ¿no estamos inventando montañas de abuso y calumnias sobre falsa suposiciones?.

 Así como todos supieron que el sol realmente no sale ni se oculta, sino que permanece siempre, así, nunca hubo una Papiza Juana sino Juan, los monasterios y conventos son lugares de aprendizaje, santidad y caridad y que los católicos jamás han pagado ni pagarán ni un centavo para que se les remitan sus pecados, y todo lo demás, desmentido a través de esparcir el conocimiento, la educación y la luz del estudio, me aventuro a pensar que así, serán identificados los verdaderos ignorantes y mentirosos y que finalmente, después de todo este tiempo, aprenderán que la noción que he aludido acerca de la Iglesia Católica y la Biblia es falsa y sin fundamento, históricamente falsa e inherentemente sin fundamento. 

Por medio de una consideración reposada de los hechos de la historia y una mente receptiva a la genuina evidencia, ellos inevitablemente serán conducidos a la honesta conclusión de que la Iglesia Católica, muy lejos de ser el pretendido monstruo de iniquidad, contiene la verdad, siendo la madre, la autora y realizadora bajo la dirección de Dios de la Biblia, a la que ha guardado y defendido a través de los siglos y preservado del error o la destrucción y que siempre la ha tratado con gran veneración y estima, y que ha basado sus doctrinas en ella, y que tiene todo el derecho de llamarla su libro y que la Iglesia posee la verdadera Biblia y la totalidad de la Biblia, y que las copias existentes de ésta no apegadas a la original, son parcialmente incorrectas y defectuosas, y lo que contienen de correcto es verdad porque se deriva de aquella que sólo la posee en su totalidad y verdad. Si ellos fuesen católicos, ellos amarían la Palabra de Dios cada vez más, la entenderían mejor y adorarían a la Divina Providencia que colocó medios tan sabios y seguros para preservarla y perpetuarla, y admirarían profundamente a la Iglesia Católica por su incesante vigilancia, incansable celo e inalterable fidelidad a la comisión encomendada a ella por Dios Todopoderoso.



  CAPÍTULO 1  

Algunos Errores Eliminados

Ahora, con la finalidad de entender apropiadamente el trabajo de la Iglesia Católica al crear, defender y perpetuar las santas Escrituras, debemos decir algunas palabras preliminares, de la forma en que fueron recopilados los actuales libros de la Biblia, al modo de los medios humanos de producción.

Existen algunas ideas erróneas que haremos bien en quitar de nuestras mentes desde el principio.

1. Para comenzar, la Biblia no cayó del cielo ya hecha, como muchos se imaginan, no apareció repentinamente en la tierra, enviada por Dios Todopoderoso a través de su ángel o serafín, sino que fue escrita por hombres como nosotros, con pluma en mano, tinta y pergamino, laboriosamente trazaron cada letra en los idiomas originales del Oriente. Fueron divinamente inspirados, ciertamente, como nunca antes otros lo fueron o lo serán, sin embargo, eran seres humanos, hombres elegidos por Dios para ese trabajo, haciendo uso de instrumentos humanos disponibles en su tiempo.

2. En segundo lugar, debemos recordar que la Biblia no fue escrita toda de una sola vez o por un solo hombre, como la mayoría de los libros con que estamos familiarizados, sino que 1,500 años pasaron entre la redacción del Génesis (el primer libro del Antiguo Testamento) y el Apocalipsis o Revelación de San Juan (el último libro del Nuevo Testamento). Fue hecho por medio de diferentes libros, de diferentes autores, formando así una colección en lugar de un sólo libro y por lo tanto llamado Biblia, del griego, que significa los Libros. Si hubieran vivido en los tiempos posteriores inmediatos a la muerte de Moisés, todo lo que hubieran obtenido representando la Biblia hubiesen sido los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, escritos por el patriarca mismo, esa era la semilla de la Biblia, por decirlo de alguna manera, esa pequeña semilla crecería gradualmente hasta convertirse en un gran árbol, una primera piedra que gradualmente constituiría el bello templo de la Palabra escrita a través de los siglos que la esperarían. De aquí podemos ver que el predicador que exalta la Biblia como el único refugio y guía de las almas fieles usando las palabras: “¡Hermanos!, ¿que era lo que confortaba y fortalecía a José en su oscura prisión en Egipto?, nada excepto ese libro bendito, ¡la Biblia!”, está ligeramente errado en su cálculo, por hecho que José existió antes de que una sola línea del Antiguo Testamento fuese escrita y cerca de 1,800 años antes de que los libros del Antiguo Testamento vieran la luz, el notable predicador evangelista es culpable de lo que llamamos un pequeño anacronismo.

3. Tampoco está fuera de lugar el notar que la Biblia no fue escrita originalmente en inglés o gaélico. Algunas personas hablan como si creyesen que los Sagrados Libros y los incomparables Salmos de David fueron escritos originalmente en lengua inglesa, y que posteriormente fueron traducidos a lenguas bárbaras como el latín, griego o hebreo y creen estar respaldados por inquisitivos eruditos y críticos. Esto no es correcto, el lenguaje original, ampliamente hablado, del Antiguo Testamento fue el hebreo, como lo fue el griego para el Nuevo Testamento. Así, nuestras Biblias como las conocemos hoy son traducciones, esto es, las equivalentes en inglés (o español) de los originales en hebreo y griego en que fueron escritas por el profeta, el apóstol o el evangelista. Observamos esto sencillamente en la página de presentación del Nuevo Testamento protestante que se lee “Nuevo Testamento de Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, traducido del griego original”

4. Como último punto preliminar, debemos tener claro en nuestras mentes que uno de los grandes delirios considerados por los protestantes y que constituye uno de sus más feroces ataques hacia Roma, es tan tonto e irracional como considerar que la Biblia, como la conocemos hoy, no fue impresa en cualquier lenguaje sino hasta 1,500 años después del nacimiento de Cristo, por la simple razón de que no existía la imprenta en ese tiempo. Nos hemos acostumbrado tanto al proceso de impresión que escasamente damos crédito a las épocas en que los únicos libros conocidos por el hombre estaban escritos a mano, pero el hecho es que hasta antes de que el Sr. John Gooseflesh [N. del T.: Mejor conocido como Johannes Gutenberg ( John Beautiful-Mountain)] descubriera el arte de la impresión en el siglo dieciséis, los Testamentos y Evangelios se debieron leer de los manuscritos de algún monje o fraile, de las páginas de un pergamino o papel cubierto con los manuscritos, algunas veces con una preciosa caligrafía y ornamentaciones del escriba que completó la tarea lenta y laboriosa de copiar la Sagrada Palabra.

Los protestantes de esos días enviaban cargamentos de Biblias impresas por todas partes y dispersaban cientos de Testamentos por aquí y por allá con el propósito de evangelizar al pagano y convertir a los pecadores y declarar que la Biblia y sólo la Biblia puede salvar las almas de los hombres. ¿Qué era lo que pasaba con esas pobres almas que vivieron antes de que la Biblia fuese impresa, incluso de que fuese escrita en su forma actual? ¿Cómo es que las naciones se familiarizaron con la religión cristiana y se convirtieron al cristianismo antes del siglo quince? Nuestro Divino Señor, supongo, deseó que esos innumerables millones de seres humanos nacidos antes del año 1,500 debieran creer que lo que Él había enseñado para salvarse e ir al Cielo, al menos como los de los siglos dieciséis a veinte, pero, ¿cómo podrían haber hecho eso cuando no tenían Biblias, o eran tan pobres para comprar una o no sabían leer aunque la compraran, o entenderla si sabían leer?.

 En el plan de salvación católico (por hacer la distinción) a través de las enseñanzas de la iglesia, las almas se salvarían y llegarían a la santidad, creían y hacían todo lo que Jesucristo deseó que creyesen e hiciesen, y de hecho, esto ha sucedido en todos los países y en todas las épocas sin que se contara con una versión escrita o impresa de la Biblia y mucho antes de la producción de ambas. La teoría protestante, por el contrario, proclama la salvación del hombre sobre la posesión de la Biblia, y todas las flagrantes ideas absurdas que se derivan de esto, le imputan a Dios Todopoderoso una total indiferencia sobre la salvación de incontables almas que pasaron a la eternidad durante 1,500 años, y lógicamente deriva en la conclusión blasfema que nuestro Bendito Señor falló en proveer los medios adecuados para transmitir Su verdad a los hombres de todas las épocas. Veremos, en el proceso de este escrito, la absoluta imposibilidad de supervivencia del cristianismo y de los beneficios hacia la humanidad sobre el principio de “La Biblia y sólo por la Biblia”. Lo que significa que podremos afirmar que los inteligentes no-católicos no han apercibido sus falsedades y absurdos sólo por suponer que no se han dado suficiente cuenta, remarcado, aprendido e interiorizado (como el libro de oración inglés dice) esta pequeña lección de historia: la Biblia no fue impresa hasta al menos 1,400 años después de Cristo.




  CAPÍTULO II 

 La Elaboración del Antiguo Testamento

Ahora, observemos la Biblia tal y como la tenemos hoy día, está compuesta de 73 libros individuales, 46 del Antiguo Testamento y 27 del Nuevo Testamento. ¿Cómo ha llegado a estar compuesto por estos 73 libros y no otros, o más o menos libros? Bien, consideremos primero el Antiguo Testamento, sabemos que siempre ha estado dividido en tres grandes partes: la Ley, los Profetas y los Escritos.

1. La Ley era el núcleo, la primera parte sustancial, que en determinada época constituía el Libro de la Escritura que poseían los judíos. La escribió Moisés y colocó una copia en el Arca, eso fue hace aproximadamente 3,300 años.

2. Mucho tiempo después, se le agregaron los Profetas y los Escritos, formando así el Antiguo Testamento por completo. La fecha exacta en la cual el volumen o canon del Antiguo Testamento fue cerrado y reconocido como completo para siempre, no se sabe con certeza.

¿Cuándo fue recopilado el Antiguo Testamento? Algunos dicen que fue aproximadamente el año 430 a. C., en el tiempo de Esdras y Nehemías, que descansa bajo la autoridad del judío Josefo, quien vivió inmediatamente después que Nuestro Señor y declaró que desde la muerte de Atajerjes en 324 a. C. “nadie se ha atrevido a añadir nada a las Escrituras judías, tomar o cambiar nada en ellas” Otras autoridades objetan que no fue hasta casi el año 100 a. C. que finalmente el Antiguo Testamento fue cerrado con la inclusión de los Escritos. Pero, cualquier argumento sea el correcto, una cosa al menos es cierta, que a la fecha de 100 años antes del nacimiento de Nuestro Señor, el Antiguo Testamento ya existía precisamente como lo conocemos hoy.

Por supuesto, estoy hablando del Antiguo Testamento escrito en hebreo, ya que fue escrito por la autoridad judía en el idioma de los judíos, llamado hebreo, para el pueblo escogido de Dios. Pero después de lo que se conoció como la Dispersión de los judíos, cuando esa gente fue esparcida y establecida por muchos lugares y países fuera de Palestina, comenzaron a perder su lengua hebrea para familiarizarse gradualmente con el griego, que era el lenguaje universal, fue necesario proveerles de una copia de las Sagradas Escrituras en la lengua griega. De aquí surgió la traducción del Antiguo Testamento del hebreo al griego, conocida como la Septuaginta, esta palabra latina significa 70, y se llamó así por haber sido el trabajo de 70 traductores que llevaron a cabo su tarea en Alejandría donde habitaba una numerosa colonia de judíos que hablaban griego. Comenzó aproximadamente el año 280 0 250 a. C., podemos decir con seguridad que fue terminada un siglo después, esta fue la conocida Biblia de todos los judíos de la dispersión en Asia, así como en Egipto y fue la versión utilizada por Nuestro Señor, Sus Apóstoles y Evangelistas, y por los judíos, gentiles y los primeros cristianos. Es de esta versión de donde citan Jesucristo y los escritores y predicadores del Nuevo Testamento cuando hacen referencia al Antiguo Testamento.

Pero, ¿que sucedía con aquellos cristianos de otras tierras que no comprendían el griego? Cuando el Evangelio había sido esparcido por muchas partes y mucha gente se convirtió al cristianismo a través de la labor de los Apóstoles y misioneros en los primeros dos siglos de nuestra era, naturalmente se les suministraron copias de las Escrituras del Antiguo Testamento (que era la Palabra inspirada por Dios) en su propia lengua, y esto dio paso a traducciones de la Biblia al armenio, siriaco, copto, árabe y egipcio para beneficio de los cristianos de esos lugares. Para los cristianos de África, en donde el latín era bien entendido, hubo una traducción de la Biblia al latín aproximadamente en el 150 a. C., posteriormente, otra mejorada para los cristianos de Italia, pero finalmente todas estas traducciones fueron reemplazadas por la más importante versión, hecha por San Jerónimo al latín llamada la Vulgata, esto es, la Versión común, actual o aceptada. Esto sucedió en el siglo IV de nuestra era. En el tiempo que vivió San Jerónimo, había una gran necesidad de asegurar un texto correcto y uniforme en latín de las Santas Escrituras, ya que se corría el riesgo, debido a las variaciones y corrupciones de las traducciones existentes, que se perdieran las Escrituras. Así, Jerónimo, quien fue monje y quizás el estudioso más preparado de su tiempo, por mandato del Papa San Dámaso en 382 A. D., realizó una nueva versión latina del Nuevo Testamento (que por este tiempo estaba prácticamente definido), corrigiendo las versiones existentes de los manuscritos griegos que pudo encontrar. 

Así, en su celda de Belén, aproximadamente entre los años 392 y 404, también tradujo el Antiguo Testamento al latín directamente del hebreo y no de la Septuaginta en griego, exceptuando el Salterio, que previamente había revisado de las versiones latinas existentes. Esta Biblia fue la celebrada Vulgata, el texto oficial de la Iglesia Católica, el valor que le otorgan muchos otros especialistas y estudiosos es de inestimable y que continuará influyendo en todas las otras versiones, además tiene un lugar preeminente entre los cristianos de la Reforma. Digo que es el texto oficial porque el Concilio de Trento en 1546 la decretó como la única Versión reconocida y con autoridad para los católicos: “Si alguien no recibe los libros completos con todas sus partes como se acostumbra leer en la Iglesia Católica y en el latín antiguo de la edición de la Vulgata, como sagrada y canónica… sea anatema” Fue revisada bajo el gobierno del Papa Sixto V en 1590 y nuevamente en el tiempo del Papa Clemente VIII en 1593, quien es responsable del texto regular presente. Es de la Vulgata de donde viene la Versión Inglesa Douai [y otras de uso común en varias lenguas], y es de la Vulgata de donde actualmente el Papa trata de restaurar el texto original, de las manos de San Jerónimo, sin corrupción o mezclas de otras copias latinas.




La Iglesia Precede al Nuevo Testamento

Hemos visto ya como los libros del Antiguo Testamento llegaron a convertirse en un solo volumen, ahora, nos queda ver cómo la Iglesia Católica también compuso y seleccionó el volumen de libros del Nuevo Testamento.

1. Recordarán lo que dije antes, que el Nuevo testamento, como el Antiguo, no fue escrito de una sola vez o por un solo hombre, sino que pasaron al menos 40 años entre la redacción del primer y último de sus libros. Esta formado por los cuatro Evangelios, 14 Epístolas de San Pablo, 2 de San Pedro, 1 de Santiago, 1 de San Judas, 3 de San Juan; que junto con el Apocalipsis de San Juan y los Hechos de los Apóstoles por San Lucas, quien escribió también el tercer Evangelio, tenemos esta colección de trabajos por al menos 8 diferentes escritores y desde el tiempo en que fue escrito el primer libro, probablemente el Evangelio de San Mateo, a los años en que San Juan compuso su Evangelio pasó aproximadamente medio siglo. Nuestro Señor Bendito nunca, hasta donde sabemos, escribió una sola línea de la Escritura, con seguridad, nada que haya sido preservado. Nunca dijo a Sus Apóstoles que escribieran nada, tampoco les ordenó que registraran por escrito lo que les había enviado, sino que les dijo: “Vayan e instruyan a todas las naciones”, “prediquen el Evangelio a todas las criaturas”, “Quien los oye a ustedes, me oye a Mí”. La intención que tuvo fue mandar hacer lo que precisamente Él mismo hizo, transmitir la Palabra de Dios a la gente, de viva voz, convirtiéndolos dirigiéndose a hombres y mujeres frente a frente, y no encomendó su mensaje a un libro inanimado susceptible a desaparecer y desintegrarse, a ser malentendido, malinterpretado y corrompido, por el contrario, mandó adoptar el método más seguro y natural de exponer la verdad, por medio de la palabra oral, y por medio de instruir a otros para que hagan lo mismo una vez que los primero se hayan ido y así sucesivamente por medio de una tradición viva, preservando y legando la Palabra de Dios como la recibieron, para todas las generaciones.

2. Y esto fue, de hecho, el método que los apóstoles adoptaron. Sólo cinco de los doce escribieron algo de todo lo que fue preservado para nosotros, y nada se escribió al menos diez años después de la muerte de Cristo. Jesucristo fue crucificado en 33 A. D., y el primero de los libros del Nuevo Testamento no fue escrito hasta el 45 A. D. ¿Pueden prever lo que sigue? La Iglesia y la Fe existieron antes que la Biblia. Este simple y elemental hecho nadie puede ni ha podido negar. Miles de personas se convirtieron al cristianismo a través del trabajo de los apóstoles y misioneros de Cristo en muchos países, y creyeron la totalidad de la verdad de Dios como la creemos hoy y llegaron a ser santos, antes de que incluso tuviesen la posibilidad de ver o leer una sola oración de la inspirada Escritura del Nuevo Testamento, por la simple razón de que tal Escritura no existía. ¿Cómo se convirtieron entonces al cristianismo? De la misma manera, por supuesto, que los paganos se convierten al catolicismo hoy día, escuchando la verdad de Dios de los labios de los misioneros de Cristo. Cuando los doce Apóstoles se reunieron en Jerusalén para distribuirse por todo el mundo conocido con el propósito de evangelizarlo, asignándole un país a cada Apóstol, como la India a Santo Tomás, ¿cómo se propusieron llevar a cabo tal evangelización?, ¿presentándose con un Nuevo Testamento?, tal cosa ni siquiera existía y, con seguridad podemos decir, que ni siquiera les pasó por la mente. ¿Porqué Nuestro Señor les prometió los dones del Espíritu Santo y les mando ser sus testigos?, y ¿porqué, de hecho, el Espíritu Santo asistió a los Doce y los dotó con el poder de hablar en varios lenguajes? Todo para que pudiesen predicar el Evangelio a cada criatura en la lengua de cada uno de ellos.

3. He dicho que al principio los Apóstoles nunca pensaron en escribir el Nuevo Testamento, y no lo hicieron. Los libros del Nuevo Testamento fueron producidos y evocados por circunstancias especiales, fueron escritos para enfrentarse a demandas particulares y emergencias. No estuvo en la mente de los Apóstoles y Evangelistas la idea de conformar un sólo volumen y así constituir el Santo Libro de los Cristianos. Podemos imaginar el asombro de San Pablo si alguien le hubiese dicho que sus Epístolas, las de San Pedro y San Juan y otros escritos iban a estar en un solo compendio y considerados como la completa y exhaustiva declaración de las doctrinas de la Cristiandad, para ser repartido de mano en mano como una guía fácil e infalible de fe y moral, independiente de cualquier enseñanza de la autoridad viviente para su interpretación. 

Nadie hubiese estado más escandalizado a la idea de que sus propios escritos desplazarían a la maestra autorizada, la Iglesia, incluso el gran Apóstol dijo: “¿Cómo escucharán sin un predicador?, ¿cómo predicarán a menos de que sean enviados? La fe viene de escuchar, escuchar la Palabra de Cristo” El hecho es que no hay religión conocida hasta el momento que se la haya propagado entre los hombres por medio de la predicación, y con certeza, todo en la posición natural y espiritual de los Apóstoles por un lado, y por otro lado los judíos, fue absolutamente desfavorable para ellos el esparcir el Cristianismo por medio de la palabra escrita. Los judíos no acostumbraban hacerlo y los gentiles no lo entenderían. 

Incluso autores protestantes de renombre se han visto obligados a aceptar que la enseñanza viviente de la Iglesia fue el medio escogido por Jesucristo para esparcir su Evangelio, y que la encomienda de escribirlo fue un desarrollo posterior y secundario. El Dr. Westcott, Obispo de Durham, quien entre los Anglicanos no hay más alta autoridad y quien es reconocido como un especialista en el Canon de la Escritura, dice (The Bible in the Church, -pp. 53 and seqq.): “Con el propósito de apreciar la era apostólica en su carácter esencial, es necesario descartar no sólo las ideas que formulan un Nuevo Testamento ya hecho, sino también aquellas que en gran medida dicen que se originó de muchos grupos o escritos del que está compuesto… El primer trabajo de los Apóstoles, del cual muchas de sus otras funciones derivaron, fue el entregar por medio de la palabra viviente el testimonio personal de los hechos fundamentales del Evangelio, el Ministerio, la Muerte y Resurrección de Nuestro Señor. Fue sólo con el transcurso del tiempo y bajo la influencia de circunstancias externas, que ellos encomendaron su testimonio, o parte de éste, a la escritura. 

Su característica y tarea principal era predicar, y lo que hicieron, de hecho, fue llevar a cabo una misión para todas las épocas al perpetuar las nuevas que ellos distribuyeron, debido, no a algún diseño consciente que ellos se propusieron, u ordenanza específica que hubiesen recibido, sino a un misteriosos poder”, etc. “La experiencia repetida durante muchos siglos no ha sido suficiente para mostrar que un permanente registro -escrito- de Sus palabras y hazañas, abiertas a todos, debe coexistir con el cuerpo viviente de la Iglesia, si eso es lo que se necesita para continuar el vigor sano y puro” Y nuevamente: “Cuando hablaban los Apóstoles, afirmaban hablar con divina autoridad, pero en ninguna parte profesaron otorgar un sistema escrito de la doctrina cristiana. Evangelios y Epístolas, con excepción quizás de los escritos de San Juan, fueron requeridos por circunstancias especiales. 

No existen indicios de una conexión premeditada entre los libros, excepto en el caso del Evangelio de San Lucas y los Hechos, escritos también por él, y nada más”, y aún así no está ausente la unidad y completitud en todo el conjunto. Por el contrario, y a pesar de que no es raro que algunas Epístolas de San Pablo se hayan perdido, los libros que permanecen se complementan para formar un todo perfecto, y aún así la completitud no se debe a ninguna cooperación consciente de sus autores, sino a la voluntad de Dios por cuyo poder ellos la escribieron y la forjaron”. Qué contraste se puede apreciar, entre estas claras palabras de este gran erudito con la falsedad común que parece haber capturado las mentes de algunos, creyendo que la Biblia, por completo con todo y encuadernación apareció de repente entre los cristianos, cayendo el Cielo después del día del Pentecostés; o que los 12 Apóstoles se reunieron, sentados todos, pluma en mano ¡y no se levantaron hasta haber acabado los Libros del Nuevo Testamento! Permítame el lector ofrecerle una breve cita más para poder redondear el punto en el que estoy trabajando, que los escritos del Nuevo Testamento nunca tuvieron la intención de ser el único medio de predicar la Salvación, un escrito del autor protestante de “Helps to the Study of the Bible / Ayuda para el Estudio de la Biblia”, pág. 2: “Fue un tiempo considerablemente largo el que pasó después de la Ascensión de Nuestro Señor, antes de que cualquiera de los libros contenidos en el Nuevo Testamento fueran escritos. El primer y más importante trabajo de los Apóstoles fue dar testimonio personal de los principales hechos de la historia del Evangelio. Su enseñanza fue primero oral y no tuvieron la intención de crear algún texto permanente”. Estos, considero que son reconocimientos muy valiosos.

4. Ahora, se podría decir ¿cuál fue el uso que se les dio en ese entonces a los Evangelios y Epístolas? ¿No inspiró Dios a los hombres para escribirlos? ¿Estas despreciando o menospreciando la Palabra de Dios? No, de ninguna manera, lo que estamos haciendo es ponerlos en su sitio apropiado, el sitio que Dios quiso que tuvieran, y yo agregaría, la Iglesia Católica es la única institución en la actualidad que enseña sobre la infalibilidad de la Biblia, y que está compuesta por completo de la Palabra de Dios, y que defiende esta inspiración y denuncia y excomulga a quien se atreva a impugnar su origen divino y autoridad.

Como dije antes, y repito, los libros del Nuevo Testamento cada uno por separado tuvieron una función especial para una necesidad en particular, y no surgieron como una necesidad absoluta para predicar o perpetuar el Evangelio de Cristo.

Es fácil ver ahora como es que los Evangelios se originaron. Mientras los Apóstoles estuvieron en el auge de sus funciones, la necesidad de registros escritos de las palabras y hechos de Nuestro Señor no era tan apremiante. Pero cuando se acercaba el tiempo en que debían abandonar este mundo, fue muy urgente que aquellos que conocieron a Nuestro Señor y fueron testigos de su vida, otorgaran su informe confiable y autorizado, libre de cualquier corrupción. Y esto fue muy necesario ya que en ese tiempo ya se estaban esparciendo Evangelios incorrectos, desleales y espurios, premeditados para lesionar y ridiculizar el carácter y trabajos de Nuestro Divino Redentor. San Lucas declara así su intención de escribir su Evangelio: “Habiendo muchos tratado de componer una narración de las cosas plenamente confirmadas entre nosotros (I, 1). 

Diciendo a continuación que su información es de primera mano y que él conoce los detalles desde el principio, y por lo tanto considera que es apropiado dejar un registro escrito para asegurar una explicación correcta y confiable de la vida de Cristo. Y así San Mateo, San Marcos, San Lucas y San Juan, escribieron sus Evangelios para el uso de la Iglesia, en donde era frecuente que uno completara lo que otro omitía, pero aún así ninguno pretendió ofrecer un registro exhaustivo o perfecto de todo lo que Jesucristo dijo que hizo, y esta intención es tan cierta que San Juan nos dice: “Ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran” acerca del tema. 

Los Evangelios entonces, no son exhaustivos y sólo nos ofrecen fragmentos, dándonos certeza acerca de las cosas más importantes que debemos saber acerca de la vida en la tierra de Nuestro Salvador, pero no nos están diciendo todo lo que podríamos saber, y mucho de lo que no sabemos, ahora lo entendemos mejor a través de la enseñanza de la Iglesia Católica que ha preservado las tradiciones heredadas de generación en generación desde los tiempos de los Apóstoles. Estos Evangelios fueron leídos, como ahora es conocido entre los católicos, en las reuniones dominicales de los primeros cristianos, pero no para establecer un esquema doctrinal que ellos ya conocían, sino para infundir valor, excitar su amor y devoción a Jesucristo, y para conminarles a imitar el ejemplo de su querido Maestro, cuyos dichos y hechos llegaban en voces a sus oídos.

Lo que he dicho hasta ahora sobre los Evangelios es también para las Epístolas, que prácticamente constituyen el resto del Nuevo Testamento. Su existencia vino como consecuencia de las necesidades más apremiantes de los distintos tiempos, circunstancias y lugares; fueron dirigidas a individuos en particular y a comunidades de diferentes lugares y no a la totalidad de la Iglesia Católica. No pasó por la mente de los escritores que éstas debían ser reunidas en un solo volumen, ni consideradas como una declaración completa y suficiente de la fe cristiana y la moral, para ser consultadas como un manual de procedimientos. ¿Cómo es que surgieron? De la forma más natural y sencilla. San Pedro, San Pablo y los demás se dirigieron hacia diferentes regiones de la tierra, predicando el Evangelio, convirtiendo a miles y en cada lugar fundando una iglesia, dejando encargados a sacerdotes y algunas veces a un obispo, por ejemplo San Timoteo en Éfeso. 

Ahora, estos sacerdotes y conversos tuvieron la necesidad muchas veces de consultar a su padre espiritual y fundador, como San Pablo o San Pedro o Santiago, sobre muchos puntos doctrinales, disciplinarios o morales. No debemos pensar que en ese tiempo, cuando la Iglesia estaba en su infancia las cosas eran tan claras, bien entendidas o formuladas como lo fueron posteriormente. Por supuesto, siempre fue la misma fe de siempre, pero siempre hubieron puntos en los cuales los recién convertidos cristianos estuvieron complacidos de consultar a los Apóstoles, quienes fueron enviados con la unción fresca de Jesucristo sobre ellos, acerca de puntos dogmáticos, rituales, gobierno y conducta que sólo ellos podían resolver. 

Y así tenemos a San Pablo escribiéndoles a los Efesios, sus conversos de Éfeso; o a los Corintios, sus conversos de Corinto; o a los Filipenses, sus conversos de Filipo y así con los demás Apóstoles, emitiendo 14 Epístolas en total. ¿Y por qué razón? Tanto para responder a algún mensaje previo de las comunidades o personas, o porque los Apóstoles se habían enterado por otras fuentes de que era necesario corregir algunas cosas en esos lugares. Toda clase de temas son tratados en esas cartas, muchas veces en un estilo informal o doméstico, pudiendo ser para asesorar o para reprender a los conversos, para animarles o para instruirles, o para limpiar su nombre de falsas acusaciones. Pudiendo ser como en la de Filemón, una carta acerca de una persona llamada Onésimo el esclavo. Pero, cualquiera que hubiera sido el tema de la Epístola, es tan claro como el sol de mediodía que éstas fueron escritas por motivos particulares, para tratar casos específicos que ocurrieron de forma cotidiana en el curso de sus labores misioneras, y que ni San Pablo ni cualquier otro de los Apóstoles tuvieron la intención en estas cartas de establecer toda la teología o el esquema de salvación para los cristianos; así como el Papa Pío X no lo hizo en su Decreto en contra de los Modernistas, o en su Encíclica sobre la Santificación del Clero. Las cosas resultan sencillas cuando se las consideran así. León XIII escribió a los Obispos escoceses sobre las Santa Escrituras, por ejemplo; o Pío X al Congreso Eucarístico en Londres sobre los Santos Sacramentos, o publica un Decreto sobre la Frecuencia en la Comunión, o de nuevo, uno de nuestros Obispos estableciendo en una carta la condenación de las sociedades secretas, o temas Pastorales concernientes a las nuevas Leyes Matrimoniales. ¿Deberíamos decir que todos estos documentos tienen la intención de enseñar todo el proceso de salvación para todos los hombres? ¿Qué éstas profesan y declaran por completo el Credo católico? La respuesta sólo expone el absurdo implícito. Y precisamente la misma pregunta tiene que hacerse en relación con las Epístolas de San Pablo. 

Es verdad, él fue un Apóstol, en consecuencia inspirado, y sus cartas constituyen la Palabra de Dios, escrita, y por lo tanto una autoridad final y decisiva sobre los varios puntos que éstas tratan, si es que son apropiadamente entendidas; pero lo anterior no afecta el hecho de que dichos documentos en ninguna parte especifican ser o representar la totalidad de la Verdad cristiana, o ser una guía completa de salvación para cualquiera; éstas presuponen el conocimiento de la fe cristiana entre aquellos a quienes van dirigidas, y van dirigidas a creyentes, no a incrédulos. En pocas palabras, la Iglesia ya existía y ya se dedicaba a hacer estas cosas antes de que fueran escritas y así se hubieran seguido haciendo incluso si nunca hubiesen sido escritas. Las cartas de San Pablo, por ejemplo, tienen fecha del año 52 AD a 68 AD. Jesucristo ascendió al Cielo dejando a Su Iglesia para evangelizar el mundo del año 33 AD, por lo que podemos afirmar con toda confianza que el último lugar que deberíamos esperar encontrar un sumario completo de la doctrina cristiana es en las Epístolas del Nuevo Testamento [por el lapso de tiempo].

No hay necesidad de extenderse más sobre el tema. Creo que he dejado claro cómo los diferentes libros del Nuevo Testamento tomaron origen. Y para dejar bien claro el objetivo del caso, no estamos devaluando la Palabra de Dios escrita o relegándola a un lugar inferior que el que merece. Simplemente estamos mostrando la posición que tuvo en la intención de la economía de la Iglesia Cristiana. Fue escrita por la Iglesia, por miembros de la Iglesia -Apóstoles y Evangelistas-, pertenece a la Iglesia y por lo tanto es su deber y oficio declarar su significado. La intención de su función es instruir, meditar, como lectura espiritual, inspirar y también sirve como prueba y testimonio de las doctrinas de la Iglesia y de su autoridad divina. Pero nunca tuvo la intención de ser una guía completa y exclusiva para ir al Cielo en las manos de cada uno de los hombres. La Biblia en la Iglesia, la Iglesia antes que la Biblia, la Iglesia como la Creadora e Interpretadora de la Biblia, es lo correcto. La Biblia sobre la Iglesia, la Biblia independiente de la Iglesia, la Biblia y sólo la Biblia, como la religión de los cristianos, es incorrecto. La primera es la posición Católica, la segunda protestante.




La Iglesia Católica Compila el Nuevo Testamento.

Ahora sabemos que los Evangelios y las Epístolas del Nuevo Testamento fueron leídos en voz alta para las congregaciones de los cristianos, el primer día de la semana para la Santa Misa, de la misma manera en que se hace hoy en día entre nosotros. Un Evangelio por aquí, otro por allá, una Epístola de San Pablo en un lugar, otra en otro; y todos esparcidos por varios lugares del mundo en donde había comunidades de cristianos. Y, la siguiente pregunta que naturalmente se nos ocurre es, ¿cuándo fue que éstos trabajos separados fueron reunidos para formar un solo volumen, y cuándo fueron añadidos al Antiguo Testamento para formar lo que en la actualidad conocemos como la Biblia? Bueno, no fueron reunidos al menos antes de haber pasado 300 años completos. Así que, me temo que de nuevo tenemos un hueso bastante difícil de roer para los Protestantes. Y aunque admitamos que, en la cronología de este tratado, los libros del Nuevo Testamento ya existían por separado, éstos no se encontraron reunidos en un solo volumen por siglos y tampoco estaban al alcance de las multitudes de los cristianos, e incluso eran desconocidos en muchas partes del mundo. ¿Cómo podrían éstos constituir una guía para ir al Cielo y el plan de salvación para aquellos que nunca los habían visto, leído o conocido?.

Es un hecho en la historia que el Concilio de Cartago, llevado a cabo el año 397 A. D., principalmente a través de la influencia de San Agustín, se asentó el Canon o Colección de las Escrituras del Nuevo Testamento tal como los católicos las tenemos ahora; además del decreto de que tal decisión debería ser enviada a Roma para su confirmación. Ningún Concilio, esto es la reunión de los Obispos de la Iglesia Católica para asentar algún punto de doctrina, nunca ha considerado que sus conclusiones tengan autoridad y obligatoriedad a menos que primero sean aprobadas y confirmadas por el Pontífice Romano; mientras que las decisiones de cualquier Concilio General hayan recibido la aprobación de Roma, son obligatorias de conciencia para todos los católicos. Entonces, fue en el Concilio de Cartago, hasta donde sabemos, donde podemos encontrar un claro e indiscutido primer catálogo de todos los libros de Nuevo Testamento tal y como lo tenemos en la actualidad en la Biblia.

Es verdad que muchos Padres, Doctores y escritores de la Iglesia en los primeros tres siglos mencionaron esporádicamente por su nombre varios Evangelios y Epístolas, y algunos, al tiempo que se acercaba el año 397, incluso refieren alguna colección ya existente en algunos lugares. Por ejemplo, tenemos a Constantino, el primer Emperador cristiano, después del Concilio de Nicea, encargar a Eusebio, Obispo de Cesárea y gran erudito, proveer de 50 copias de las Escrituras cristianas para uso público en las iglesias de Constantinopla, su nueva capital. Esto fue en el año 332 A. D. Sabemos el contenido de esas copias y alguna hasta ha sobrevivido hasta nuestros días, sin embargo, no son precisamente las mismas de nuestros Nueva Testamentos, aunque son muy similares. Nuevamente, encontramos listados de los libros del Nuevo Testamentos de mano de San Atanasio, San Jerónimo, San Agustín y muchas otras eminentes autoridades, dando testimonio de lo que generalmente era conocido como Escritura inspirada en sus días, generaciones y países; pero repito, ninguna de estas listas corresponde fielmente a la colección de libros de la Biblia que tenemos en la actualidad. Deberemos esperar hasta el año 397 para que el Concilio de Cartago de por sentados los libros de la colección completa del Nuevo Testamento como los tenemos hoy día, y tal y como toda la cristiandad los tuvo hasta el siglo XVI, cuando los reformadores la cambiaron.

Podrías preguntarme, sin embargo, ¿cuál era la diferencia entre las listas de los libros de Nuevo Testamento en los diferentes países y según los diferentes autores antes del año 397 con el catálogo definido por el Concilio de ese año? Bueno, esta pregunta nos introduce a un punto muy importante que nos cuenta con mucha elocuencia acerca del papel que la Iglesia Católica jugó, bajo la dirección de Dios y el Espíritu Santo, al seleccionar, compendiar y sellar con su divina autoridad, las Escrituras de la Nueva Ley. Y me atrevo a decir que una consideración meditada por parte de Roma tuvo lugar al hacer, bosquejar y preservar las escrituras de los cristianos y que persuadiría a cualquier mente imparcial de lo que la Iglesia Católica ha hecho ella sola, tantas veces calumniada, le debemos el que sepamos en que debe consistir el Nuevo Testamento, y la razón por la que precisamente éste está compuesto de esos libros y no de otros, y que sin ella no hubiéramos, humanamente hablando, tenido ningún Nuevo Testamento, o de haber tenido alguno hubiese estado constituido por obras adulteradas mezcladas con obras genuinas que hubiese derivado en una situación ruinosa y enmarañada.

He utilizado las palabras ‘adulterado’ y ‘genuino’ respecto a los Evangelios y Epístolas en la Iglesia Cristiana. Te podría haber causado horror y podrías haber levantado tus manos y exclamar: “¡ Señor, auxílianos! Tenemos aquí a un Super-Censor Modernista” para nada, querido lector, todo lo contrario, te lo aseguro. Observa que he dicho en la ‘Iglesia Cristiana’ y no dije ‘en la Biblia’ ya que no hay nada adulterado en la Biblia. Pero, ¿por qué? Simplemente porque la Sede Romana en el cuarto siglo de nuestra era previno que nada adulterado se admitiera en la Biblia. Sin duda, habían libros adulterados circulando por la Iglesia Cristiana en los primeros siglos, esto es cierto, ya que conocemos sus nombres, y es precisamente porque se rechazaron y se resguardaron las colecciones de los libros inspirados para que no se mezclaran, que ahora contemplamos el gran trabajo que la Iglesia Católica hizo, bajo el Espíritu Santo de Dios, y para bienaventuranza de todas las generaciones de cristianos, ya sea que estén dentro o fuera del redil. 

Es a través de la Iglesia Católica Romana que los Protestantes tuvieron sus Biblias, y parafraseando a Newman, no hay un solo protestante que denigre y condene a la Iglesia Católica por su tratamiento hacia el Espíritu Santo, sino que está por completo en deuda con esta Iglesia de que tenga la Escritura. Lo que Dios Todopoderoso hubiese hecho si Roma no nos hubiese proporcionado la Biblia es una especulación estéril que no deberemos considerar nunca. Es una posibilidad contingente correspondiente al orden de las cosas el que nunca hubiese existido, excepto en la imaginación. En lo que debemos ocuparnos es en las cosas y secuencias de la historia en las cuales vivimos, en las que tenemos certeza y por lo tanto de las que Dios ha otorgado divinamente, y en este arreglo providencial de la historia es un hecho, tan claro como cualquier otro hecho histórico, que Dios Todopoderoso escogió a la Iglesia Católica y sólo a ésta, para darnos Sus Santas Escrituras, y para preservárnoslas como las tenemos ahora, ni más ni menos. Y esto es lo que procederé a demostrar.

I. Antes de que la colección de los libros del Nuevo Testamento estuviera finalmente asentado por el Concilio de Cartago en el año de 397, encontramos que había tres distintas clases en que estaban divididos los escritos cristianos. Esto es lo que sabemos y lo que los eruditos admiten, por los trabajos de los primeros escritores cristianos como Eusebio, Jerónimo, Epifanio y toda una multitud más que podríamos nombrar. Estas clases eran:

1. Los libros que se sabían eran canónicos.
2. Los libros disputados o controvertidos.
3. Libros declarados como adulterados o falsos.

Ahora, en la primera clasificación, es decir, aquellos que los cristianos de cualquier parte sabían que eran genuinos y auténticos y que habían sido escritos por los Apóstoles, encontramos libros como los Cuatro Evangelios, 13 Epístolas de San Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Estos fueron reconocidos en oriente y occidente como ‘Canónicos’, como el trabajo genuino de los Apóstoles y Evangelistas cuyos nombres ostentaban, dignos de formar parte del ‘Canon’ o colección sagrada de escritos inspirados de la Iglesia y para ser leídos en la Santa Misa. Pero había una segunda clasificación, hecho que los protestantes debieron notar con particularidad, ya que debilita totalmente su Regla de Fe ‘la Biblia y nada más que la Biblia’, libros que fueron disputados, controvertidos, en algunos lugares admitidos y en otros rechazados. Entre estos encontramos a la Epístola de Santiago, Epístola de San Judas, la Segunda Epístola de San Pedro, la segunda y la tercera de San Juan, la Epístola a los Hebreos y el Apocalipsis de San Juan. 

Había dudas acerca de estos trabajos, quizás, se decía, no habían sido realmente escritos por los Apóstoles u hombres Apostólicos o por quienes decían haber sido escritos, en algunas partes del mundo cristiano se sospechó de éstos aunque en otros se recibieron como genuinos sin vacilar. No es posible deslindarse de este hecho, de que algunos libros de nuestras Biblias, católicas o protestantes, ahora reconocidas como inspiradas y como la Palabra de Dios escrita, en algún tiempo fueron, y por cierto largo tiempo, vistos con sospecha, duda, disputados, y de no poseer la misma autoridad que los otros -hablo sólo de los libros de Nuevo Testamento-. Y lo que es más sorprendente e igualmente fatal para la teoría protestante, en esta segunda clase de libros controvertidos y dudosos, es que algunos de estos no forman parte de lo que ahora es conocido como nuestro Nuevo Testamento, pero que muchos los consideraron como inspirados y apostólicos, o que fueron leídos en el culto de adoración público de los cristianos, o que fueron usados para instruir a los recién convertidos, en resumen, en algunos lugares fueron clasificados de la misma manera que los trabajos de Santiago o San Pedro o San Judas. 

Entre estos podemos hacer mención especial de el Pastor de Hermas, el Evangelio según los Hebreos, la Epístola de San Pablo a los habitantes de Laodicea, la Epístola de San Clemente y otras. ¿Por qué estos libros no forman parte de nuestras Biblias hoy? Contestaremos esto en un minuto. Finalmente, la tercera clase de libros que circulaban antes del año 397 A. D., que nunca fueron considerados de algún valor en la Iglesia, ni considerados de tener alguna autoridad apostólica, viéndolos como falsos, llenos de fábulas absurdas, supersticiones, puerilidades y relatos y milagros de Nuestro Señor y Sus Apóstoles que hubiesen hecho reír al mundo. Algunos de estos libros han sobrevivido y los tenemos todavía, pero para darnos cuenta que clase de literatura era, la mayoría de ellos ha perecido ya en el olvido. Sabemos aproximadamente los nombres de 50 Evangelios, como el Evangelio de Santiago, el Evangelio de Tomás, y otros por el estilo, aproximadamente 22 Hechos, como los Hechos de Pilatos, los Hechos de Pablo y Tecla y otros, y un número menor de Epístolas y Apocalipsis. Todos estos fueron condenados y rechazados totalmente como ‘Apócrifos’, esto es falsos, adulterados, no-canónicos.

II. Este era el estado de las cosas, uno puede darse cuenta de la perplejidad que les surgía a los pobres cristianos en los días de las persecuciones, cuando se les exigía que entregaran sus libros sagrados. El Emperador Diocleciano, por ejemplo, convocó a una terrible persecución en contra de los cristianos, emitiendo un edicto en el año 303 A. D., para que todas las iglesias fueran demolidas hasta los cimientos y que las Sagradas Escrituras tenían que ser entregadas a las autoridades paganas para ser quemadas. La cuestión era saber ¿qué se consideraba Sagrada Escritura? Si un cristiano entregaba un escrito inspirado a los paganos para salvar su vida, por consiguiente se convertía en apóstata: negaba su fe, traicionaba a su Señor y Dios, salvaba su vida pero perdía su alma. Algunos lo hicieron y fueron llamados ‘traditores’, traidores, delatores, ‘entreguistas’ (de las Escrituras). La mayoría, sin embargo, prefirió el martirio y se negó a entregar los escritos inspirados, sufriendo la muerte. Surge ahora una cuestión mucho más perpleja y atormentadora sobre sus decisiones, ¿qué era realmente la Sagrada Escritura? No estoy obligado a jugarme la vida por negarme a entregar algunos Evangelios y Epístolas ‘espurios’, pero ¿podría entonces entregar también algunos de los libros ‘controvertidos’ o disputados como la Epístola de Santiago, o los Hebreos, o el Pastor de Hermas, o la Epístola de San Bernabé, o la de San Clemente? Después de todo no hay necesidad de convertirse en mártir por error. Y he aquí el apremio que la persecución ejercía para decidir urgentemente de una vez por todas lo que constituiría el Nuevo Testamento. ¿Cuáles libros en forma definitiva y precisa serían la causa por la que un cristiano estaría obligado a entregar su vida o de lo contrario a sufrir la pérdida de su alma?

III. Y aquí, como ya dije, entra el Concilio de Cartago en el año 397 A. D., que confirmaría y aprobaría los decretos del Concilio previo, el de Hipona en el año 397 A. D., declarando, para la posteridad, cual sería exactamente la colección de escritos sagrados y por lo tanto para ser reconocidos así, con la exclusión de cualquier otro, como la Escritura inspirada del Nuevo Testamento. Ésta colección es precisamente la que cualquier católico posee en nuestros días en su Biblia. El decreto de Cártago nunca fue modificado y fue enviado a Roma para su confirmación. Y como ya he señalado, los decretos de un Concilio, incluso cuando no sea algún Concilio general de toda la Iglesia Católica, se hacen obligatorios para toda la Iglesia cuando tienen la aprobación y voluntad del Papa. Un segundo Concilio de Cártago que San Agustín presidió en el año 419 A. D., renovó los decretos del primero y declaró que sus actas serían notificadas a Bonifacio, Obispo de Roma, con el propósito de que las confirmara. Desde ésa fecha desapareció toda duda de lo que había sido y no había sido espurio, genuino, o dudoso entre los escritos cristianos conocidos. Roma había hablado. Un Concilio de la Iglesia Católica Romana lo había asentado. Pudiéndose haber escuchado todavía alguna voz aquí o allá, en el Oriente y el Occidente, en los tiempos sucesivos, lanzando la pregunta de si éste o aquel libro del Nuevo Testamento realmente era lo que clamaba ser, o si debería serlo. Pero tales voces, eran voces en el desierto.

Roma había establecido el ‘Canon’ del Nuevo Testamento. De hoy en adelante sólo habían dos clases de libros, los inspirados y los no inspirados. Todo lo que está entre las tapas del Nuevo Testamento es inspirado; todo lo que ésta fuera de éste, conocido o desconocido, no es inspirado. Bajo la guía del Espíritu Santo el Concilio declaró ‘Esto es genuino, eso es falso’; ‘esto es Apostólico, eso no es Apostólico’. La Iglesia examinó, pesó, discutió, seleccionó, rechazó y finalmente decidió qué era que. Por aquí ella rechazó un escrito que alguna vez fue muy popular y reconocido por muchos como inspirado, y que fue leído como Escritura en el servicio público; por otro lado, de nuevo, ella aceptó otro que fue muy disputado y visto con sospecha, diciendo: ‘Esto formará parte del Nuevo Testamento’. 

Ella tenía la evidencia, ella tenía la tradición para auxiliarla y por sobre todo ella tenía la asistencia del Espíritu Santo para hacer posible que ella llegara a la conclusión correcta en momento tan crítico. Y de hecho, su conclusión fue aceptada por toda la cristiandad hasta el siglo XVI, como ya lo veremos, cuando los hombres se alzaron en rebelión en contra de su decisión y alterando el Sagrado Volumen. Pero, en general en lo concerniente al Nuevo Testamento, los reformadores dejaron los libros tal y como los encontraron, y en la actualidad su Testamento contiene los mismos libros que el nuestro, y para dejar establecido mi punto, ellos obtuvieron tales libros de Roma y que sin la Iglesia Católica Romana nunca los hubiesen tenido, y que los decretos de Cártago en los años 397 y 419 A. D., cuando toda la cristiandad era Católica Romana, reafirmados por el Concilio de Florencia en el año 1442 bajo el gobierno del Papa Eugenio IV y el Concilio de Trento en el año 1546, y que tales decretos de la Iglesia Romana y sólo estos, son los medios y los canales y la autoridad por medio de los cuales Dios Todopoderoso nos ha transmitido a nosotros Su Palabra escrita. 

¿Quién podrá negarlo? La Iglesia existió antes que la Biblia, ella hizo la Biblia, ella seleccionó sus libros y ella los preservó. Ella los hizo accesibles, a través de ella sabemos diferenciar entre lo que es la Palabra de Dios y lo que es la palabra del hombre; y por lo tanto, las numerosas intenciones actuales de derribar a la Iglesia por medio de su propia Biblia, poniéndola sobre la Iglesia, injuriándola de haberla destruido y corrompido, ¿no significa abofetear a la madre que los crió, maldecir la mano que los alimenta, dar la espalda a su mejor amigo y benefactor y pagar con la ingratitud y la calumnia por la guía y protección que los llevó a disfrutar de las aguas de la fuente del Salvador?




V. Deficiencias de la Biblia Protestante

I. El punto al que hemos llegados en este momento es, si recuerdan, éste: La Iglesia Católica, a través de sus Papas y Concilios, reunieron los libros que los cristianos veneraban, y que estaban esparcidos en diferentes partes del mundo. Separó la paja del grano, lo falso de lo genuino, y con decisión finalmente elaboró la colección, esto es, esbozó la lista o catálogo de los escritos inspirados y apostólicos en el que ningún otro libro iba a ser admitido -o retirado-, y declaró que esos y sólo esos eran las Sagradas Escrituras del Nuevo Testamento. Las autoridades principales responsables por asentar y cerrar el ‘Canon’ de la Santa Escritura fueron el Concilio de Hipona y el de Cártago en el siglo cuarto, bajo la influencia de San Agustín -y en donde en el segundo de esos concilios estuvieron presentes dos Legatarios del Papa-, y los papás Inocencio I en el año 405, y Gelasio en el año 494, en donde ambos emitieron listas de la Sagrada Escritura idénticas con las que habían fijado los Concilios. Desde esa fecha y por todos los siglos venideros, ésta fue la Biblia cristiana. La Iglesia nunca admitió otra, y en el Concilio de Florencia en el siglo XV, y en el Concilio de Trento en el siglo XVI, y en el Concilio Vaticano (I) en el siglo XIX, la Iglesia renovó sus anatemas en contra de quien niegue o cuestione esta colección de libros como la Palabra de Dios inspirada.

II. Lo que sigue es evidente. La misma autoridad que hizo, reunió y preservo estos libros, por sí sola, tiene el derecho de reclamarlos de su propiedad y de interpretarlas. La Iglesia del tiempo de San Pablo, San Pedro y Santiago en el primer siglo fue la misma Iglesia del tiempo del Concilio de Cártago y San Agustín en el siglo 4º, y la del Concilio de Florencia en el XV, y del Concilio Vaticano del siglo XIX -una y la misma-, creciendo y desarrollándose , ciertamente, como cualquier ser viviente lo hace, pero preservando su identidad y permaneciendo en esencia siendo el mismo cuerpo, de la misma manera que un hombre de 80 es la misma persona que fue a los 40 y que a los dos años. La Iglesia Católica de hoy, entonces, puede ser comparada a un hombre que se ha desarrollado desde su infancia a la juventud, y desde la juventud a la mediana de edad. Supóngase a un hombre que escribe en una carta ciertas afirmaciones, ¿quién sería la persona idónea para preguntar acerca del significado de tales afirmaciones? Con seguridad, al hombre que las escribió. La Iglesia escribió el Nuevo Testamento, ella, y sólo ella puede decirnos su significado.

Nuevamente, la Iglesia Católica es como una persona que estuvo presente, al lado de Nuestro Bendito Señor cuando El camino y habló en Galilea y Judea. Supóngase, por un momento, que tal hombre fue bendecido con el don de la juventud eterna -por cierto, esta es una metáfora de W. H. Mallock en su obra ‘Doctrina y Trastorno Doctrinal’, capítulo XI- y también con una memoria perfecta, este hombre ha escuchado todas las enseñanzas y explicaciones de Nuestro Redentor y de sus Sus Apóstoles, y las retiene; por lo tanto es un testigo invaluable y con gran autoridad, para consultarle con seguridad, para descubrir exactamente cuál fue la doctrina de Jesucristo y de los Doce. Es indudable que tal testigo es la Iglesia Católica: no una persona individual, sino una personalidad colegiada que fue llamada por Nuestro Divino Salvador a dar testimonio de toda Sus enseñanzas; que escuchó de los Apóstoles, en sus días y en su generación, repitiendo y exponiendo la doctrina del Salvador; y quien, siempre joven y fuerte, ha persistido y vivido a través de los siglos y continúa incluso en nuestros días con una memoria fresca y aguda como nunca, y capaz de asegurarnos sin temor de omitir nada o de mezclar o de añadir cosas ajenas a su memoria, de lo que dijo Nuestro Bendito Señor con exactitud, de lo que pensó, de lo que intentó y de lo que hizo. Supóngase, de nuevo, al hombre que hemos imaginado, y que éste haya escrito mucho de lo que oyó de Cristo y de los Apóstoles pero no haya reportado todo, y que haya sido capaz de complementar esta falta de contenido escrito a través de explicaciones orales obtenidas de su memoria perfecta: esta, repetimos, es una figura de la Iglesia Católica. 

La Iglesia escribió mucho, por supuesto, y la mayoría de las enseñanzas más importantes de Nuestro Señor y las explicaciones Apostólicas de éstas están contenidas en la Escritura. Pero, no obstante, la Iglesia no intentó realizar un registro completo y exhaustivo, ajeno a su propia interpretación, y, de hecho, la Iglesia es capaz de ofrecer una explicación más completa y clara de las Escrituras partiendo de su propia memoria perpetua, y agregar algunas cosas que fueron omitidas en el reporte escrito o que sólo fueron insinuadas o parcialmente registradas o mencionadas de paso. Tal es la Iglesia Católica con relación a su propio libro, el Nuevo Testamento. Es suyo ya que la Iglesia lo escribió por medio de sus primeros Apóstoles, y sus Papas y Obispos lo preservaron a través de los siglos. Nadie más tiene ningún derecho en relación con éste, del mismo modo que un extraño no tiene el derecho de entrar a nuestras casas e irrumpir en nuestro escritorio y robar nuestros documentos privados. 

Por lo tanto, y lo digo por la gente que ignora los 1500 años en que la Iglesia Católica tuvo en posesión la Biblia, y ahora pretende apropiársela y aparentar que sólo ellos conocen su significado, y que las Escrituras por sí solas, sin la voz de la Iglesia Católica para explicarlas, es una doctrina dada por Dios para ser la guía y regla de fe. Esta es una afirmación absurda y sin fundamento. Sólo aquellos que son ignorantes de la verdadera historia de las Sagradas Escrituras, de su origen, autoría y preservación, pueden pretender que existe alguna lógica o sentido común en tal modo de actuar. Y este absurdo se magnifica cuando se recuerda que los Protestantes no se apropiaron de todos los libros Católicos, sino, eruedan realidad, desecharon algunos de la colección, y los restantes los elevaron a un nuevo ‘Canon’ o volumen de la Sagrada Escritura, como nunca fue visto o escuchado antes desde el siglo primero al 16º, en ninguna Iglesia, incluso en los Cielos o en la tierra o en las aguas. Hagamos una correcta descripción de este cargo.

III. Ábrase una Biblia protestante y lo que se encontrará es que hacen falta siete Libros completos, esto es, siete libros menos de los que incluyea la Biblia Católica, y siete libros menos de los que estuvieron en cada colección y catálogo de la Sagrada Escritura desde el siglo cuarto al 16º. Los nombres de tales libros son: Tobías, Baruc, Judit, Sabiduría, Eclesiástico, I Macabeos, II Macabeos, junto con siete capítulos del Libro de Esther y 66 versículos del tercer capítulo de Daniel comúnmente llamado ‘La oración de los tres mancebos’ (Daniel III, 24-90). Todos estos fueron deliberadamente eliminados y desvinculados de la Biblia. Las críticas y observaciones de Lutero, Calvino y de los reformadores suizos y alemanes acerca de estos libros del Antiguo Testamento, muestran la profunda impiedad de estos infelices hombres hacia la verdadera Iglesia. 

Incluso respecto al Nuevo Testamento se requirió todo el poder de la resistencia por parte de los reformadores más conservadores para evitar que Lutero desechara la Epístola de Santiago, considerándola sin valor para permanecer dentro del volumen de la Santa Escritura, ‘una Epístola llena de paja’ la llamó, ‘sin el carácter del Evangelio en ella’. De la misma manera, y casi al mismo grado, deshonró la Epístola de San Judas y la Epístola a los Hebreos, y el precioso Apocalipsis de San Juan, declarando que no tenían las mismas bases que el resto de los libros y que no contenían la misma cantidad de Evangelio, quiso decir su evangelio. La forma presuntuosa en la cual Lutero, entre otros, abundantemente despreció y dudó de algunos escritos inspirados que habían sido aceptados, apreciados y venerados por 1000 años, hubiese sido poco creíble de no ser porque tenemos sus palabras en la fría impresión, y no pueden mentir y pueden ser leídas en su biografía, o pueden ser leídas en citas de libros como el del Dr. Wescott, ‘The Bible in the Church /La Biblia en la Iglesia’. ¿Y por qué él impugnó los libros que ya hemos mencionado? Porque tales libros no convenían a sus nuevas doctrinas y opiniones. 

Él había llegado al principio de la interpretación privada, de recoger y elegir las doctrinas religiosas; y cuando un libro, como el Libro de los Macabeos enseña una doctrina que era repugnante a su gusto personal, como por ejemplo, ‘Obra santa y piadosa es orar por los muertos. Por eso hizo que fuesen expiados los muertos: para que fuesen absueltos de los pecados’ (II Macabeos XII, 46), ‘tírenlo por la borda’, fue su sentencia, y fue tirado por la borda. Y lo mismo le sucedió a otros pasajes y textos que Lutero permitió conservar, y sólo así se pronunció a favor de encontrarles un lugar dentro del consejo de la nueva Biblia reformada. En suma, Lutero no sólo eliminó algunos libros, sino que también mutiló los que conservó. Por ejemplo, al no estar de acuerdo con la doctrina del San Pablo ‘somos justificados por la fe’, y temiendo que la ‘superstición papista’ de las buenas obras se abriera camino, agregó la palabra ‘sólo’ a las palabras de San Pablo, quedando de esta manera la sentencia: ‘somos justificados SOLO por la fe’, y esta es la forma en que se puede leer el pasaje de San Pablo en las Biblias luteranas en la actualidad. 

Una acción de este tipo debe, sin temor a equivocarse, ser reprobada por todas las Biblias cristianas. Lo que nos sorprende es la audacia de un hombre que pudo, con toda tranquilidad, cambiar de un plumazo una doctrina fundamental del Apóstol de Dios, San Pablo, quien escribió, como es admitido por todos, bajo la inspiración del Espíritu Santo. Sin embargo, esta es la consecuencia del punto de vista Protestante, la interpretación personal: ninguna autoridad es válida excepto la mía. Por más ignorante, tonto e iletrado que sea alguien, puede, con toda tranquilidad, mutilar y moldear la Biblia y la Religión a su gusto. Ningún Papa, ningún Concilio, ninguna Iglesia podrán enseñarte, dictarte ni conseguirte las doctrinas de Cristo. Como resultado de esto, hemos visto ya que fue la corrupción de la Santa Palabra de Dios.

IV. Aún así, a pesar de la reprobación de la Iglesia Romana, los Reformadores estuvieron obligados a aceptar de ella aquellas Santas Escrituras que retuvieron para su colección. Y la Biblia que tienen ellos en la actualidad, toda desfigurada, la tomaron de nosotros. Muy ciego debe ser el cristiano evangélico que no reconoce en la antigua Biblia Católica, el Testamento que ama y estudia, y de la que fue extraído, pero ¡ con cuánta pérdida! ¡ con cuánto sacrificio! ¡ en que condición de mutilación y desfiguración! Hubiese sido entendible que ellos se hubieran apropiado de la Biblia de la Iglesia Católica en forma íntegra, la cual era el único volumen de la Escritura de Dios conocido sobre la tierra, apropiación incluso, con el propósito de elevarla a una posición falsa, esto hubiese sido entendible, pero lo que nos extraña, es la cercenación deliberada del Volumen Sagrado, del trato hacia algunos de sus Libros inspirados que tuvieron como su Autor a Dios, y de su no menos deliberada alteración de algunos textos que tuvieron la mala fortuna de ser retenidos. Es ésta la consideración que deben tener en cuenta las personas bien intencionadas que permanecen fuera del redil católico y preguntarse ¿cuál es el grupo cristiano que realmente ama y reverencia más las Escrituras? ¿Cuál ha probado, por sus acciones, este amor y veneración? ¿Y cuál grupo está en peligro de incurrir en el anatema pronunciado por San Juan, el que enviará Dios sobre aquellos que modifiquen las palabras del Libro de la Vida? (Apocalipsis XXII, 19)


Los Originales y Su Desaparición

I. Ahora, naturalmente me preguntarás: pero, ¿como sabes todo esto? ¿De dónde ha venido la Biblia? ¿Has tenido los escritos originales en los que trabajaron Moisés, san Pablo o San Juan? No, ninguno de ellos, ni siquiera un pedazo de estos. Pero sabemos a partir de la historia y de la tradición que tales libros fueron escritos por ellos y que nos fueron legados a nosotros de la más maravillosa manera. Lo que tenemos ahora es la Biblia impresa, pero antes de la invención de la imprenta en 1450, la Biblia sólo existía a partir de manuscritos, de esta manera, lo que tenemos ahora son copias impresas de los manuscritos elaborados en épocas tan tempranas como el siglo IV, y estas copias, que podemos revisar con nuestros propios ojos en la actualidad, contienen los libros que siempre han sido parte de la Biblia Católica, y así es como sabemos qué estamos recibiendo las Escrituras originales, el trabajo genuino de los Apóstoles y Evangelistas. ¿Por qué no tenemos los originales escritos por San Juan y san Pablo y todo el resto? Bueno, existen muchas razones para explicar la desaparición de los originales.

(1) Los perseguidores de la Iglesia de los primeros 300 años de la cristiandad destruyeron cualquier material cristiano que cayera en sus manos. Una y otra vez, los bárbaros paganos irrumpieron en las comunidades cristianas, villas e iglesias, y quemaron todos los objetos sagrados que encontraron. Y no sólo eso, como ya hemos explicado antes, los cristianos eran obligados a entregar sus libros sagrados bajo pena de muerte para después ser quemados. Entre estos escritos, sin duda, pudieron estar algunos de los escritos originales de los Apóstoles y Evangelistas.

(2) De nuevo, debemos recordar, que el material que utilizaron los escritores inspirados para registrar sus Evangelios y Epístolas era muy frágil, en muy poco tiempo dicho material se deterioraba ostensiblemente, este material es el llamado papiro, muy delicado y quebradizo, con una naturaleza que no le permitía durar mucho tiempo, esta delicada calidad, sin duda, es el factor principal de la pérdida de muchos tesoros selectos de la literatura antigua así como de los manuscritos originales de los escritores del Nuevo Testamento. Hasta la fecha no se sabe de la existencia de algún documento original del Nuevo Testamento, los cuales fueron escritos en papiro.

(3) Adicionalmente, ya se estaban realizando copias en las iglesias a través de los siglos de estos escritos inspirados, y por lo tanto, no había gran necesidad de preservar los originales. Los primeros cristianos no tenían supersticiones o veneraciones idolátricas hacia las Sagradas Escrituras, como las que se ven y prevalecen en la actualidad entre algunas gentes. Ellos no consideraron necesario la preservación material de los manuscritos originales de san Pablo o san Mateo, a pesar de que eran hombres inspirados por Dios, pero, por otro lado, ellos tenían a la Iglesia viviente e infalible para enseñarles y guiarles por boca de sus Papas y Obispos, y para enseñarles no sólo lo que se podía encontrar literalmente en las Sagradas Escrituras, sino también su verdadero significado, de esta manera, no nos debe sorprender que ellos no se contentaran sólo con tener copias de los trabajos originales de los escritores inspirados. Tan pronto como se elaboraba una copia más bella o correcta, se desechaba rápidamente la transcripción anterior. No hay nada extraño o inusual en todo esto, sólo era parte de la mecánica habitual del mundo secular. No se duda de los términos y condiciones de la Carta Magna de la Constitución sólo porque no hemos visto la original, una copia, si estamos seguros de que es correcta, es suficiente.

II. Entonces, los originales escritos por la mano de Apóstoles y Evangelistas han desaparecido en su totalidad. Esto es lo que los infieles y los escépticos nos dicen con mofa y nos echan en cara: “Ustedes no pueden presentar”, dicen ellos, ‘”os manuscritos de aquellos que ustedes dicen haber obtenido su religión, ni de su Fundador ni de sus Apóstoles, sus Evangelios y Epístolas son un fraude, éstos no fueron escritos por quienes dicen ustedes, sino que fueron invenciones de épocas posteriores, y consecuentemente no podemos depender de sus contenidos o creer lo que nos dicen acerca de Jesucristo”. Pero, por supuesto, estos ataques caen sin causar daño alguno ante el catolicismo, ya que el catolicismo no profesa que la religión descanse sólo sobre la Biblia, y el catolicismo sería de la misma manera si nunca hubiese existido Biblia alguna. Son aquellos quienes han condicionado su existencia a este Libro los que deberán permanecer o caer con él, ellos son los que están llamados a defenderse ante tales críticas. 

Pero, es necesario señalar que este argumento utilizado por los infieles y escépticos, aplicado con absoluta lógica, desacredita no sólo a la Biblia, sino a muchos otros libros que ellos mismos aceptan y creen sin dudar. Existe mucho más evidencia de la historicidad de la Biblia de la que existe para muchos otros libros clásicos antiguos, de los que nadie disputaría ni en sueños. Por ejemplo, existen sólo 15 manuscritos de los trabajos de Herodoto y ninguno de estos es más antiguo del siglo X, aún así, el texto ha sobrevivido desde el año 400 a.C. Los manuscritos más antiguos de los trabajos de Tucídides datan del siglo XI, y, estos tuvieron su florecimiento hace más de 400 años a.c. ¿Es posible decir entonces: ‘Necesito ver los manuscritos originales de Tucídides y de Herodoto, de lo contrario, no podré creer que son trabajos genuinos? No se tienen copias manufacturadas en los años próximos a la escritura de los originales, ninguna, en efecto, sino hasta 1400 años después, ¿Sólo por esta situación deberá considerarse un fraude y una falsificación de Tucídides y de Herodoto?.

Los especialistas ajenos a la religión dirían que quien tome tal posición está listo para el manicomio, y aún así, tal actitud no es del todo desfavorable cuando se considera a la Biblia, ¿por qué?, porque se sabe de la existencia de varios miles de copias del Nuevo Testamento que datan desde el siglo III en adelante, esto es, sólo un siglo o dos después de que San Juan escribiera, y se tiene la certeza de la existencia de alrededor de 3000 en la actualidad, que van del siglo IV en adelante. El hecho es que, la abundancia de evidencia histórica para el Nuevo Testamento es simplemente estupenda, y en comparación con muchas otras evidencias históricas de obras que son aceptadas sin dudar de su autoridad, o de la poca calidad y cantidad de las copias remanentes, el Sagrado Volumen está cimentado sobre una roca. Pero continuemos, es suficiente para nosotros saber que Dios ha deseado que los manuscritos originales de todos sus escritores inspirados, desde Moisés hasta San Juan, hayan desaparecido de las manos de los hombres, y que ha confiado nuestra salvación a algo más estable y duradero que a un solo libro sujeto a deterioro o a un manuscrito indescifrable, es decir, a la Iglesia de Cristo viviente e infalible: ubi Ecclesia, ibi Christus.

Ahora deseo emplear lo que resta de este capítulo a tratar acerca de los instrumentos materiales que fueron usados para escribir y transmitir las Sagrada Escrituras en los primeros siglos, y a realizar una breve revisión de los materiales empleados, y los peligros que necesariamente acompañaron a tales trabajos por haber utilizado tales materiales, como la pérdida y la corrupción de los mismos, esto nos convencerá aún más que nunca de la absoluta necesidad de alguna autoridad divina que protegiera y resguardara los Evangelios del error y la destrucción, esto es, el papel de la Iglesia Católica, para preservar el ‘depósito Apostólico’ del destino fugaz a que son propensas las cosas materiales, como dice san Pablo, contenidas en ‘recipientes terrenales’.

III. Varios materiales fueron usados en los tiempos antiguos para la escritura, por ejemplo, la piedra, la cerámica, la corteza de los árboles, la piel de los animales, tabletas de arcilla entre los babilonios y egipcios.

1. Pero antes de la cristiandad, y en las primeras épocas de nuestra era, lo que se usaba era el papiro, del cual procede la palabra papel. Éste se obtenía de la corteza o de los carrizos de una especie de junco, el cual crecía con abundancia en las riberas del Nilo. Primero se separaba en capas, las cuales se pegaban unas con otras en diferentes ángulos para evitar que se partiera y, después de recortarlo y secarlo, se formaba una superficie adecuada para la escritura. Miles de rollos de papiro han sido encontrados en las tumbas egipcias, babilonias y bajo la ciudad sepultada de Herculano, habiéndose preservado probablemente por el hecho de haber estado sepultados, ya que, como se ha mencionado, su naturaleza es quebradiza y frágil, de fácil deterioro y no adecuada para un uso constante. Aunque probablemente muchas copias de la Biblia fueron escritas originalmente sobre papiro, y con mucha probabilidad los escritores inspirados lo usaron también, ninguno ha sobrevivido a la destrucción del tiempo. San Juan refiere esta situación en su segunda epístola: “12Mucho más tendría que escribiros, pero no he querido hacerlo con papel y tinta…”

2. Cuando a través del tiempo el papiro cayó en desuso debido a su fragilidad y su inconveniencia, se comenzaron a utilizar las pieles de los animales, este material se conocía con dos nombres principales, si era hecho a partir de la piel de ovejas o cabras, era llamado pergamino; si era hecho a partir de terneros, era llamada vitela.

La vitela era usada en los primeros años, pero era muy costosa y difícil de obtener, lo que dio lugar al uso más extendido del tosco papiro. San Pablo lo menciona en su carta a san Timoteo: “II Timoteo IV, 13… y también los libros, sobre todo los pergaminos”. La mayoría de los manuscritos del Nuevo Testamento que poseemos en la actualidad fueron escritos sobre este material. Una curiosa consecuencia del alto costo de esta sustancia era que, la misma hoja de vitela era usada más de una vez, cuando sucedía esto se llamaba palimpsesto, que significa ‘vuelto a frotar’. Un escriba, digamos del siglo X, que no estaba en la posibilidad de comprar nuevas vitelas, utilizaría una hoja usada que podría contener, quizás, un escrito del siglo segundo, que había caído en desuso a través del tiempo y era difícil de descifrar, entonces lavaría y rasparía la superficie para limpiarla y así copiaría otro escrito que su generación considerara de mayor interés. Es oportuno decir que en muchos casos, el escrito borrado era de mucha mayor importancia que el que lo reemplazaría, así es, algunos de los monumentos del sagrado saber fueron descubiertos de esta manera. El proceso de borrado o de limpiado de la tinta era bastante efectivo, de tal manera que no se podía observar los rastros de tinta del antiguo escrito, lo único que quedaba eran algunas marcas o bajorrelieves de la escritura anterior bajo la nueva escritura. 

En 1834 fue descubierto un compuesto químico que tuvo mucho éxito para revelar la escritura borrada en aquellos venerables registros. El Cardenal Mai, un hombre de una erudición colosal y diligencia incansable, miembro del Sagrado Colegio en Roma bajo el gobierno del Papa Gregorio XVI, fue un experto notable en esta rama de la investigación, y por sus incesantes trabajos y férreas búsquedas en la biblioteca del Vaticano, trajo a la luz algunos extraordinarios manuscritos y algunos trabajos invaluables de la antigüedad. Entre estos trabajos descubiertos, todos los estudiosos le deben agradecer el haber restaurado la obra perdida de Cicerón ‘La República’, que se sabía había existido, ¡el Cardenal lo encontró en un documento que contenía un comentario de San Agustín a los Salmos! El más importante de estos manuscritos, referente al Nuevo Testamento, es el llamado ‘Codex Ephraem’ o ‘Códice Efrén’. Hace aproximadamente unos 200 años llamó la atención el curioso aspecto de esta vitela, toda sucia y manchada de tinta, y que hasta el momento se pensaba que contenía sólo los discursos teológicos de San Efrén, un antiguo Padre Sirio, éste documento mostraba además rastros tenues y líneas borrosas de un escrito anterior. Se le aplicó el compuesto químico y ¡sorpresa!, ¡lo que parecía ser un antiguo escrito debajo del texto más reciente era nada menos que una valiosa copia de las Sagradas Escrituras de un manuscrito no posterior al siglo V! ¡Este escrito había sido borrado tranquilamente por algún escriba del siglo XII corto de dinero y así poder escribir su obra favorita, los discursos de San Efrén! Esperemos, con toda caridad, que el buen monje, como probablemente fue, no sabía lo que estaba borrando. Finalmente fue llevado a Francia por la reina Catalina de Medici, y en la actualidad está bien preservado en la Real Biblioteca de París, conteniendo dos trabajos en la misma carátula, escrito uno sobre otro y con 700 años de intervalo entre las escrituras de éstos.

Ya he descrito el tipo de superficies para escribir que utilizaban los primeros escritores del Nuevo Testamento, ahora ¿que clase de implementos de escritura y tinta tenían a su disposición?

1. Bueno, para el frágil papiro se utilizaba un carrizo, bastante parecido a lo que se usa todavía en la actualidad en el Oriente. Pero, por supuesto que para la resistente superficie del pergamino o la vitela se utilizaba una pluma de metal, estilo o estilógrafo. Es esta la referencia que hace San Juan en su tercera epístola, en el versículo 13, cuando dice: “Yo tenía muchas cosas que escribirte; empero no quiero escribirte por tinta y pluma”. Las marcas de bajorrelieve que dejaba esa pluma son visibles en el pergamino, incluso cuando se borraba todo rastro de la tinta. Adicionalmente, se utilizaba un punzón o aguja, por medio del cual y junto con una regla, cuidadosamente se trazaban (sin tinta) líneas y columnas en el pergamino, y en casi todos los manuscritos todavía se pueden apreciar tales divisiones, algunas veces se hacía con tal firmeza y profundidad que se marcaba el anverso de la hoja, por supuesto, sin rasgarla.

2. La tinta utlizada era una composición de hollín o negro de humo, o raspaduras quemadas de marfil, mezclados con goma, alumbre o vino reducido. Desafortunadamente, en los manuscritos más antiguos la tinta se decoloró a un tono rojizo o café, o palideció en extremo, se cayó en pedazos o fue absobida por la vitela, y en muchos casos, se volvió a trazar despiadadamente las cartas antiguas, dándole un aspecto más tosco al escrito original. Sabemos en la actualidad que fueron utilizadas tintas de varios colores, como el rojo, verde, azul y púrpura, y que en la actualidad lucen con buena apariencia y bastante brillantez.

3. Y en cuanto a la presentación de los manuscritos, la forma más antigua fue la de los rollos, la hoja generalmente era fijada en sus extremos a dos rollos de tal manera que la parte ya leída se enrollara para dar paso a la continuación del texto. Esta presentación de los manuscritos fue la que manejó Nuestro Señor cuando estuvo en la sinagoga de Nazareth, durante el sabbath: “Le entregaron el libro del profeta Isaías, y al desarrollar el libro… Enrolló el libro, lo devolvió al ministro…” (Lucas IV, 17-20). Cuando no se usaban estos escritos se guardaban en cajas redondas o cilindros, y en algunos casos de materiales como la plata o tela de gran valor. Algunas veces las hojas de pergamino alcanzaban una gran longitud, como el folio (unos 38 cm), pero generalmente la forma estándar era lo que conocemos como cuarto o pequeño folio, algunos eran de un octavo. La piel de un animal, como el antílope, podía proveer de varias hojas de pergamino, pero si el animal era un pequeño ternero, sólo podría proveer unas cuantas hojas, un ejemplo de esto es el manuscrito o códice ‘Sinaítico’, que está en San Petersburgo, cuyas hojas son tan largas que se cree que cada animal, presumiblemente de antílope fino y muy joven, sólo pudo proveer dos hojas, equivalentes a ocho páginas.

4. La página era dividida en dos, tres y hasta cuatro columnas, aunque esto último era muy raro. La escritura era de dos clases, una llamada ‘uncial’ que significa una pulgada, y que consiste sólo de letras mayúsculas y sin ligaduras entre las letras ni espacios entre las palabras; el otro tipo, posterior, fue el ‘cursivo’, que se refiere a la escritura manuscrita, como nuestra escritura ordinaria a mano, con mayúsculas sólo al principio de las oraciones, y en este caso, las letras están ligadas y existe un espacio entre las palabras. El estilo ‘uncial’ prevaleció en los tres primeros siglos de nuestra era, en el cuarto siglo comenzó a utilizarse el ‘cursivo’ y se continuó con éste hasta la invención de la imprenta.

5. Es necesario apuntar que originalmente en los manuscritos no había tales elementos como las divisiones en capítulos y versículos ni signos de puntuación para saber donde comenzaba y terminaba una oración, de tal manera que la lectura de uno de estos antiguos registros es bastante difícil para el aficionado. La división en capítulos nos es tan familiar en nuestras modernas Biblias y fue, quizás, una invención o aportación del Cardenal Hugo, un dominico en 1048, o más probablemente de Stephen Langton, Arzobispo de Canterbury, designado en 1027, y no es una calumnia el decir que tal división no fue del todo satisfactoria. No fue del todo un feliz método para dividir las páginas de la Escritura, los capítulos son bastante desiguales en longitud y frecuentemente se interrumpe la narrativa, argumento o incidente de una forma no muy conveniente, como uno mismo lo puede comprobar en pasajes como Hechos XXI, 40; IV y V; I Corintios XII y XIII. La división en versículos fue una aportación de Robert Stephens, y la primer Biblia en versión inglesa que apareció con versículos fue la Biblia de Ginebra de 1560. Este caballero parece haber concluido su tarea en el intervalo de su viaje entre París y Lyons, ‘inter equitandum’ como parafrasea en latín su biógrafo, probablemente lo hacía en las noches mientras paraba a descansar en posadas y hostales. Un antiguo comentador dice pintorescamente: “Pienso que lo hubiese hecho mejor sobre sus rodillas en el clóset”, a esto me aventuro a agregar, que esta realización comparte el mismo criticismo del arreglo inapropiado en capítulos.

6. Los manuscritos de la Biblia, como ya lo he mencionado, se conocen en existencia en número de aproximadamente 3 mil, de los cuales las gran mayoría están escritos en ‘cursiva’ y por lo tanto, corresponden al siglo IV y posteriores. No existen, por supuesto, manuscritos posteriores al siglo XVI, para ese entonces el Libro comenzó a imprimirse y nadie ha encontrado uno anterior al siglo IV. La edad de éstos, es decir, el siglo en que fueron escritos no es siempre fácil de determinar. Aproximadamente en el siglo X, los escribas que los copiaron comenzaron a fecharlos en una esquina de la página, pero antes de ese tiempo sólo podemos juzgar su antigüedad por medio de algunas características que aparecen en los mismos manuscritos. Por ejemplo, a mayor simpleza, verticalidad y regularidad de las letras, menor floritura y ornamentación, y mayor equilibrio entre la altura y anchura de los caracteres, más antiguo podemos decir, con cierta seguridad, que es el manuscrito. Entonces, por supuesto, podemos decir la antigüedad de un manuscrito con aproximación y con base al tipo de ilustraciones que han sido utilizadas y la ornamentación de la primer letra de la oración al principio de la página, ya que sabemos el siglo en particular en que tal estilo de ornamentación se utilizaba. 

Sería imposible transmitir apropiadamente la belleza única de estos manuscritos a alguien que nunca los ha visto, ahí están en la actualidad, perfectas maravillas de la habilidad y laboriosidad humana, existen manuscritos de diversos tipos, antiguos pergaminos teñidos, libros de suave fuente púrpura con plata, con sus páginas bellamente diseñadas y ornamentadas; montones de finas vitelas, amarillentas por el paso del tiempo, y brillantes incluso junto a los ornamentos dorados y bermellón que manos pías colocaron en ellos hace mil años, de muchas formas, colores y lenguajes. Ahí están, dispersos en las bibliotecas y museos en toda Europa, retando la admiración de cualquiera que los observe, por su impresionante belleza, claridad y trazo regular de sus letras, y la incomparable iluminación de sus letras mayúsculas y encabezados, aún en nuestros días, después de tantos siglos de cambios y variaciones, son agradables a la vista todos sus suaves y brillantes colores, y desafían a nuestros modernos escribas a producir algo que se les asemeje en hermosura. Ahí están los registros sagrados, longevos en el tiempo, frágiles, exiguos, garbosos, maduros, portando sobre su anverso claras pruebas de su remota gestación, y aún así, con el florecimiento de la juventud todavía aferrado a ellos. Sencillamente los contemplamos y nos maravillamos, y también sentimos desesperación, con mucha labia nos expresamos de la “época oscurantista”, a pesar de sus monjes y frailes, de los que hablaré posteriormente, pero una cosa es muy cierta, actualmente, en ninguna parte del ancho mundo pueden encontrar estos críticos a algún artesano que pueda realizar una copia de las Santas Escrituras que pueda compararse en valor, belleza, claridad y perfeccionamiento, comparable a los cientos de copias producidas en los conventos y monasterios de la Europa medieval.


Fatales son las Variaciones en el texto bíblico para la teoría protestante

Ya he mencionado los monasterios, lo que ha sido muy oportuno, ya que no hay duda que la vasta mayoría, verdaderamente casi todas las copias de esas venerables páginas, fueron trazadas por las manos de esos eclesiásticos. Los clérigos fueron las únicas personas que aprendieron tanto de esos textos. ¡Qué cuidado, que celo y qué amorosa labor fue llevada a cabo por aquellos santos varones!, en su trabajo de transcribir la palabra de la Escritura, podemos darnos una idea de esta tarea al observar su obra artesanal. Aún así, tal labor era necesariamente lenta y susceptible a errores [o erratas], y sabemos de estos errores por el simple hecho que existen aproximadamente 200,000 variaciones en el texto de la Biblia observables en los manuscritos que tenemos hasta nuestros días. No debe ser causa de sorpresa, ya que si recuerdan, existen unos 35,000 versículos en la Biblia, aunado a la realidad de las múltiples maneras en que los errores y variaciones se pueden introducir en la transcripción:

a) Introducidos de forma intencional
b) Introducidos de forma involuntaria

Bajo la primer causa, desafortunadamente debemos reconocer aquellos cambios que fueron realizados por los herejes con el fin de que el texto bíblico se acomode a su doctrina y prácticas particulares, tal y como, por ejemplo, los Luteranos agregaron la palabra “solamente” a las palabras de san Pablo, para que se ajustaran a la nueva noción acuñada respecto a “la justificación solamente por la fe” (sin obras). O nuevamente, un escriba podía haber introducido una “mejora”, sin ánimo de confusión o innovación, a la copia antigua desde la cual realizaba su transcripción, colocando una palabra aquí o eliminado otra por allá o sustituyéndola por otra, con el fin de hacer más clara una frase o clarificar su sentido. En referencia a la segunda forma (b), podemos asegurar con satisfacción que la gran mayoría de cambios y variaciones en los antiguos manuscritos, son debido a causas involuntarias. El escriba pudo haber estado muy cansado, somnoliento o exhausto y así fácilmente ignorar una palabra, o probablemente hasta una frase completa, saltarse una línea o repetirla, o cometer un error al terminar una frase o una línea, quizás pudo haber sido interrumpido en su trabajo y al recomenzarlo lo retomó en la palabra equivocada. 

O quizás pudo haber tenido un defecto en su visión, algunos perdían la vista después de haberse ocupado largo tiempo como copistas, o quizás no tenían la seguridad de aplicar debidamente las divisiones del texto para extraer las frases, especialmente si el documento por copiar contenía profusión del antiguo texto uncial. sin espacios entre las palabras y sin signos de puntuación, o quizás, si estaba copiando escuchando el dictado de alguien más y tenía problemas de audición, o si entendía mal una frase o palabra. O quizás pudo haber integrado al texto sagrado partes que en el documento por copiar sólo constituían notas o frases explicativas al margen que no pertenecían al Evangelio, puestas ahí por otros escribas. Estas explicaciones o glosas extrabíblicas, indudablemente se han transmitido sigilosamente en algunas copias y los protestantes son culpables de repetir algunas, como aquella en la que realizan la conclusión a su oración al Señor: “Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, por los siglos de los siglos”. Esta adición no fue pronunciada por Nuestro Señor y por consiguiente los católicos no la utilizan.

Estas son algunas formas por las cuáles fácilmente podemos observar hoy diferencias en muchas copias hechas por los antiguos escribas. Póngase hoy a seis hombres a reportar un discurso de cualquier orador y aún se observarán considerables variaciones en sus escritos, como uno lo puede comprobar al comparar diferentes notas en diarios de noticias sobre un mismo acontecimiento. No diré que tales variaciones siempre significarán una alteración sustantiva en lo que intentaron reportar, pero, aún así existen y muchas veces son bastante graves, y si esto sucede a diario, incluso con todos nuestros avances y métodos altamente desarrollados de impresión, ¿que tanto más pudo haber sucedido en los viejos tiempos, anteriores a la invención de la imprenta?, cuando la mano, la mente, la visión y la audición representaban las únicas variantes involucradas en el origen de tantas “meteduras de pata”. El cambio de Una sola letra hubiera representado el cambio en el significado de toda una frase. No los sorprenderé haciendo alarde de conocimiento de términos del griego y del hebreo, pero baste un ejemplo de nuestros días y en nuestra lengua (inglés) para probar lo que he dicho. 

Un anciano Preboste de cierta región escocesa del este, había fallecido y sido inhumado apropiadamente en un mausoléo, se colocó una inscripción a lo alto del monumento que mostraba una leyenda correspondiente la primera Epístola de san pablo a los Corintios (XV, 52) “Y seremos transformados” [“And we shall be changed”]. Fue terminada un sábado, pero un acontecimiento oscuro tuvo lugar antes de la mañana del domingo. El ministro tenía un hijo quien gozaba de realizar bromas, y en compañía de algunos cómplices realizó su vergonzosa hazaña, alzándose, tomó masilla para borrar la letra “C” de la inscripción, quedando así: “And we shall be _hanged / Todos seremos colgados”. El domingo, los dolientes devotos, con caras largas, Bilias en mano y blancos pañuelos, que pasaban a visitar la tumba del viejo Preboste, vieron por primera vez que el apóstol Pablo “había enseñado”: “Todos seremos colgados”.

¿Ven a lo que me refiero?, bueno, las Biblias, antes del proceso de impresión, estaban llenas de variaciones, diferencias y erratas, ¿cuál de todas ellas era la correcta? Los protestantes fervorosos levantarían sus brazos al cielo horrorizados y gritarían: ¡La Biblia no contiene errores! [en realidad erratas], ¡toda ella es inspirada, es el libro divino! Es bastante cierto, si tomáramos los originales tal y como nos los legaron las manos de los apóstoles, profetas y evangelistas. Estos hombres, y sólo estos hombres fueron inspirados e impedidos de cometer errores [y erratas], pero Dios nunca prometió que cada escriba sería infalible, incluso los somnolientos, torpes o herejes, quienes tenían en sus manos la tarea de copiar el Nuevo Testamento. 

La Escritura original está exenta de errores ya que tiene a Dios como autor, esto es lo que enseña la Iglesia católica, y la Biblia católica también, la Vulgata es una versión correcta de la Escritura, pero esto no cambia el hecho de las múltiples, si no es que miles de diferencias en los antiguos manuscritos y copias de la Biblia que fueron escritas antes de la invención de la imprenta, y reto a cualquier protestante a que investigue y pondere este hecho y después trate de reconciliarlo con su principio, que dice: “sólo la Biblia es suficiente como guía de salvación”, ¿cuál Biblia?, ¿están seguros de tener la Biblia correcta?, ¿tienen la seguridad que su Biblia contiene todas y cada una de las palabras, en forma exacta desde que fueron legadas por los apóstoles y evangelistas?, ¿están seguros que no han sido añadidas u omitidas algunas palabras?, ¿pueden estudiar los manuscritos en hebreo, griego y latín, así como cada versión, página por página, para compararlas y después compilar por ustedes mismos una copia de la Sagrada Escritura idéntica a la escrita por los autores inspirados desde Moisés hasta san Juan? Si no les es posible, y por el contrario se dan cuenta de la dificultad implícita, entonces absténganse de hablar de “la Biblia y sólo la Biblia”. Ustedes saben perfectamente que deben confiar en alguna autoridad exterior, para que les proporcione la Biblia. La Biblia que ustedes utilizan en la actualidad les fue proporcionada y así, de hecho, ustedes han permitido que terceras personas sean intermediarios entre Dios y ustedes, algo que causaría cierta repugnancia ante la teoría protestante. 

Nosotros, los católicos, por otro lado, nos gloriamos en tener algún intermediario entre nosotros y Dios, ya que Dios mismo nos lo ha proporcionado, y éste es la Iglesia católica, que nos enseña y guía hacia Él. Creemos en la Biblia interpretada por la Iglesia para nosotros, ya que Dios le encomendó a ella la Biblia, como parte de su Palabra, y le prometió a la Iglesia que no erraría en su tarea de interpretarnos su significado, por más difíciles que fueran al entendimiento, y san Pedro nos advirtió que así sería. Aunque existieron miles de variaciones en las diferentes copias de la Biblia, debemos permanecer inamovibles, ya que contamos con la “Maestra enviada por Dios”, que está por sobre la Escrituras y es independiente de éstas, y quien asistida por el Espíritu Santo, habla con divina autoridad y cuya voz es la Voz de Dios. No nos interesa cuánto haya vivido un cristiano sobre la tierra, ni el tiempo en que fue terminado el Nuevo Testamento, o cuando fue compilado en un sólo volumen , o el tiempo anterior o posterior a su impresión, no nos interesa si existen mil o un millón de erratas en los textos, pasajes y capítulos de las antiguas copias de las cuales proceden las Biblias modernas, nuestra salvación no está amenazada por tales accidentes, tan precarios y poco confiables. En su lugar tomamos la guía que ha sido y es la misma desde siempre, y que nos habla de viva voz y que no se equivoca, que es certera, que no duda ni varía en sus afirmaciones, y que nunca negará hoy lo que dijo ayer, sino que siempre será clara , definitiva, dogmática: esclareciendo lo que es oscuro y haciendo sencillo lo que es engorroso para la mente de los hombres. 

Esta es la Iglesia católica, establecida por el Todopoderoso Dios como su órgano, vocera e intérprete, a la que no afectan los cambios y que permanece imperturbable ante los descubrimientos de cada época. A ella sólo escuchamos y obedecemos, a ella sometemos nuestro juicio e intelecto, sabiendo que nunca nos guiará al error. En ella encontramos paz y sosiego, satisfacción y solución a todas nuestras dificultades, ya que ella es la única Maestra infalible y Guía designada por Dios. Este es el método lógico, consistente, claro e inteligible para conseguir y preservar la verdad, un plan y esquema perfectos para la Cristiandad, este es el plan católico. ¿Qué planes han propuesto otros para sustituirlo y que puedan sostenerse por sí mismos ante el análisis de la razón, la historia, el sentido común o incluso ante la Sagrada Escritura misma?

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